La caza al acecho, tan elemental como frecuente en todo el continente Americano y África, en Europa ha sido dejada de lado a favor de otra modalidad, la cacería grupal.
Esto se ha debido fundamentalmente ala sobrepoblación, la pérdida del hábitat, y a motivos socio económicos (la caza era solamente para una elite), que al estar desapareciendo o siendo modificados permiten en la actualidad el resurgimiento del acecho y de otra más antigua aún: el rececho.
En ésta serie de ocho (8) artículos presentaremos en léste sitio la historia y la lógica detrás de la caza de aguardo, la técnica de construcción y selección de lugares para apostaderos, el uso de cebos y señuelos (legales) ya sean auditivos, olfatorios, visuales o a base de alimentos, como se sobrevive durante las largas y gélidas horas de un aguardo y los equipos necesarios, y por último las armas y cartuchos mejor adaptados para esta forma de caza, así como los problemas más frecuentes de balística terminal durante la misma.
Texto: Daniel Stilmann. Fotografía: Carlos Coto.
Sin duda alguna el día que los humanos nos graduamos de presas a predadores lo hicimos de la forma más ardua: cazando al rececho.
Dicen que para aprender los gajes del oficio hay que hacerlo desde abajo, y desde más bajo y en forma más ardua no podíamos haber comenzado, ya que junto con haber formado parte del menú de terceros, la caza de rececho fue nuestra "escuelita" primaria.
Como fuese, lo importante fue el cambio en nuestra actitud, que no solo nos permitió engordar: además nos salvó la vida, ya que de vulgares presas pasamos a ser predadores activos, y de todos ellos los más letales.
En aquellos tiempos nuestros jóvenes cerebros aún no habían acumulado la información necesaria para cazar con un menor gasto calórico, y el shopping gastronómico de esos días se hacía de la manera más laboriosa y menos práctica de todas: salíamos a cazar.
Simplemente seguíamos la técnica de trasladarnos hasta el lugar de aprovisionamiento para buscar en sus góndolas lo que deseábamos, y recién llevarlo a casa.
El rudimentario "home delivery" o reparto a domicilio de la caza mayor, más conocido cómo caza al acecho, no aparecería hasta más tarde en nuestra evolución,
recién cuando nos convencimos de que éramos toro en rodeo propio y torazo en rodeo ajeno, para lo cual tuvimos que persuadir, con la más sutil de las diplomacias, la del garrote, a las demás bestias de la validez de nuestro reclamo.
Realmente en aquellas épocas, dotados con las simples armas que poseíamos, y considerando el tamaño y garras y colmillos de alguna de las fieras existentes, merodear por la noche esperando poder montar una aguardo para sorprender a algún animal requería de una cierta dosis de valor.
La forma de caza más sofisticada, aquella destinada a colectar casi sin peligro personal proteínas animales en grandes cantidades destinadas al almacenamiento, representada por la cacería grupal y con perros, aparecería en nuestra evolución recién cincuenta mil años atrás. Ya para aquellos días no había presa que pudiese con nosotros, o siquiera pensase en equiparar fuerzas, salvo en casos fortuitos y como último recurso.
Ya en esas décadas hasta el más torpe de los mastodontes sabía que esos micos peludos y parlanchines que llamaban humanos poseían un arma secreta, que sí bien nunca fue vista era de innegable existencia, y que las bestias en general llamaban de "intelligentzia".
Fue quizá el producto de esa arma desconocida, (aunque supongo nuestra proverbial pereza debe de haber tenido algo que ver en todo ello), lo que nos permitió organizarnos y salir de cacería un vez al año en lugar de hacerlo todos los días.
En aquellos años, éste revolucionario avance tecnológico suplantó al antiguo reparto domiciliario de pizza y otros fast foods varios que estaba representado por la cacería de aguardo, y pasó a convertirse en el equivalente de las comodidad que hoy representa el envío de vituallas al por mayor que encargamos al supermercado una vez al mes.
Evidentemente estas tres formas de obtener las proteínas necesarias para nuestra evolución, junto a la agricultura posteriormente, sentaron hitos enormes en la historia de la humanidad.
Fue la caza de rececho, junto con sus peregrinaciones anuales y forzosas detrás de los movimientos migratorios de las presas lo que sacó al hombre de su cuna natal: África.
Desde el Drakensberg, en el Sur del continente negro, el hombre alcanzó las costas del Mediterráneo simplemente guiado por su necesidad de mantenerse en contacto con las grandes manadas que lo alimentaron, y no por su sed de practicar turismo aventura como algunos primorosos gustan de pensar.
Sí de algo estoy convencido es de que el humano es capaz de levantar sus nalgas del lugar donde las tenga aposentadas solo por cuestiones de su más alto interés, llámese comer, reproducirse (preferentemente practicar el acto), o salvar el pellejo, y entre ninguna de esas prioridades entraba, entra o entrará aprender geografía. De cualquier forma, esto de perseguir a las chuletas dentro de su envase original y de allí a dispersarse por el resto del mundo fue solamente un paso más en su larga peregrinación.
La caza al acecho, junto con la recolección de frutos estacionarios fue lo que nos permitió pasar de la categoría de nómades full time a sedentarios part time, mientras que fue la agricultura, junto a la caza societaria y altamente planificada la que nos habilitó para hacer acopios de proteínas y granos como para poder mantenernos en una locación definitiva sin tener que desplazarnos en los inviernos.
De estos tres diferentes estilos de cacería, quizá la caza al acecho, mitigada por el confort tecnológico, sea el estilo más popular por su practicidad y resultados,
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seguida por el resurgimiento del rececho cómo una forma por parte de los cazadores de retornar a las fuentes.
La caza grupal, llámese montería o batida, con o sin perros, ha quedado concentrada en Europa, particularmente en España. El motivo para que éste estilo lleno de tradiciones tan caras a la raza humana haya quedado relegada a un tercer puesto, aún siendo el más productivo desde el punto de vista de los resultados, es su alto costo y las dificultades organizativas que presenta. Solamente países con una gran tradición en la montería, y el poder económico necesario han podido mantenerla viva.
Ésta serie de artículos estará enfocada sobre el segundo de estos tres estilos de caza: el acecho.
Bien, tratemos de sistematizar esto sobre los aguardos de manera de poner algún orden en éste olla de grillos. ¿Porqué no comenzar por definir éste acto, por muchos considerado como de insensatos?
La estrategia de la cacería al acecho se basa en localizar un lugar adecuado donde montar una espera o emboscada, utilizando para ello el conocimiento que se posea sobre las necesidades y hábitos de la presa. Resumiendo, las palabras claves son estrategia, espera, lugar adecuado y conocimiento.
Permítame explayarme un poco sobre esa última palabra: conocimiento.
Por ella me refiero precisamente al 1), conocimiento que es necesario tener sobre la presa, 2), dónde armar el apostadero, 3), como armarlo, 4), que utilizar y en que época del año para atraer a nuestro agasajado, 5), cuando hacerlo, 6), como evitar que nos detecte de manera de no arruinar su sorpresa, 7), como sobrevivir apostado y algún otro detalle que ahora se escapa pero que inevitablemente aparecerá luego.
La lógica del acecho descansa en el hecho que durante el mismo es la presa quien corre con el gasto de energía y el riesgo de movilizarse, otorgado con esto dos beneficios extras al cazador: permanecer estático sin dar a conocer su posición, y la pitanza que representa el factor sorpresa.
Ésta estrategia se basa en el viejo adagio de que en el juego de la caza el primero de los contrincantes en desplazarse es quien por lo general pierde la partida, ya que el movimiento y los sonidos que el mismo genera son fácilmente detectados por un animal bien oculto y en alerta permanente, que es en lo que se convierte el aguardista: un animal al acecho.
Siendo el magnífico sus scrofa la presa más buscada por los acechistas, aunque no la única, ya que felinos, cánidos (zorro, coyote, lobo) y cérvidos pueden ser obtenidos con ésta técnica, tomaremos a éste noble animal como referencia central a lo largo de estas líneas, haciendo las salvedades necesarias para las otras especies cuando ello sea necesario.
La espera del jabalí, y sus primos como el pecarí, el facocero y el bush pig, entre algunos de ellos, se monta por lo general alrededor de la oferta de comida, agua y sexo, considerados como los tres mejores cebos, con las excepciones legales correspondientes, como la prohibición que rige de cazar al facocero al acecho sobre una aguada.
Por lo general las esperas a los suidos y felinos se montan de noche, no así a los cérvidos, aunque el facocero es nuevamente la excepción a la regla, el cual se caza de día y generalmente al rececho, y no a la espera. Parte de esto se debe a las costumbres de ésta especie, que es básicamente de hábitos diurnos, parte a las condiciones del terreno.
Pero también una espera se puede armar explotando otras dos particularidades del comportamiento de estos animales:
la necesidad de higienizar en forma periódica su piel y desembarazarse de los insectos que suelen afligirlos (no aplicable a los felinos), y de sus necesidades sexuales.
Los gatos por su lado pueden ser cazados de noche y al acecho sobre una fuente de agua, cuando la misma escasea, y cuando ello es legal, o de lo contrario sobre un cebo o carnada compuesto por una res viva o una sacrificada para ese motivo.
Tentar a un felino con una hembra en celo es factible, pero sumamente difícil de llevar a cabo, comenzando por el problema logístico que significa conseguir un animal vivo en ese estado, que además consienta en ser utilizado como cebo. No es lo mismo conseguir una cerda doméstica alzada y atarla cerca de un apostadero a hacerlo con una tigresa, por muy domesticada que ésta esté.
No ocurre los mismo con los cérvidos, los cuales son cazados al acecho durante las horas de luz, generalmente en los extremos del día, desde apostaderos ubicados sobre sus sendas o cercanos a los campos de pastoreo, y que responden muy bien a cebos a base de alimentos, sexuales (orina de hembras o de machos en celo), visuales, como las maquetas que reproducen a los animales de su especie, y hasta auditivos, como el simulacro de un combate entre dos machos, el bramido de uno de ellos o las vocalizaciones de las hembras, todos los cuales pueden y son imitados por el hombre.
De todo esto podemos sacar en concreto que el acecho puede ser diurno o nocturno, sobre diferentes tipos de señuelos o simplemente al paso sobre una senda, dependiendo todo ello de la especie animal que se esté intentando cazar, y que el éxito será proporcional al conocimiento que el cazador posea sobre los hábitos de su presa y del territorio donde está cazando. Estos conocimientos son cruciales, ya que le permitirán adaptarse a las condiciones reinantes en el momento.
Sin el conocimiento íntimo de los hábitos de los animales y del territorio es imposible cazar en forma sistemática. De poco sirve montar una espera para ciervos o suidos alrededor de una pastura al mediodía, o colocar un cebo vivo sobre la huella fresca de un puma, siendo necesario conocer los motivos para cada una de estas aseveraciones para no sentarse a esperar de balde.
Bien, hasta aquí hemos bosquejado la historia, la secuencia en que aparecieron los tres grandes estilos de cacería y la filosofía del acecho. Pero eso no es todo. ¿Qué hay del cazador de acecho, de su personalidad?
Particularmente hoy, cuando la caza en sí ya no es necesaria para sobrevivir, lo cual y que tarde o temprano lo confrontará con las siguientes preguntas: ¿Qué representa cazar al acecho? ¿Quién lo hace? ¿Porqué?
La cacería de espera es un negocio duro, solitario y de aventureros. No caza al acecho quien quiera si no solamente quien puede. Y no todos pueden. Y los que pueden una vez no abandonan más.
El acechista es un sujeto autosuficiente, adusto, audaz. Un lobo estepario que se lame solo, sufrido, tozudo y masoquista. En eso se parece al cazador de rececho. La diferencia entre ambos es que uno se desplaza mientras el otro espera, y mientras el recechista caza fundamentalmente de día (hay excepciones), el cazador de acecho lo hace en los extremos del mismo o por la noche.
Cazar al acecho significa permanecer largas horas a la espera, inmóvil, impávido a los mosquitos, las incomodidades, los calambres, el hambre o el frío. Y por sobre todas las cosas, enfrentando los fantasmas propios.
Dije que caza al acecho no quien quiere, sino quien puede, y para poder hacerlo es necesario estar dispuesto a esperar en solitario por largas horas, en ocasiones 14 o 16, soportando en oportunidades temperaturas que superan los 15 grados bajo cero, sin moverse, acompañado solamente por los sonidos de la noche, que son muchos, y siempre extraños. Y para ello es preciso primero poder vencer uno de nuestros miedos más ancestrales: el de la oscuridad.
Para cazar al acecho hay que saber sobrevivir las condiciones que impone el aguardo, y eso de por sí es ya todo un duro aprendizaje, que no siempre nos alarga una buena paga. Es necesario saber amoldarse a la noche, confundirse con ella, interpretar sus gemidos, y aprender como sobrevivir las largas y gélidas horas acompañado solo por uno mismo.
Hacerlo es tener la oportunidad de enfrentarnos a nuestros miedos, y doblegarlos, pero solo después de haberlos comprendido. Es un mano a mano con uno mismo, que una vez aprendido a jugar nos regala con sus misterios y bellezas.
El aguardo es como una incomparable función de teatro con múltiples actos, mostrándonos vidas paralelas entre sí sucediéndose simultáneamente.
Historias de vida, muerte, drama, pasión y lujuria, hechos que por lo general desconocemos y no podemos imaginar existan fuera de nuestras tristes vidas citadinas.
Durante la espera uno aprende a ver a la vida de una forma que nos negamos a ver, o que en nuestra incomprensible prisa no hemos aprendido a hacerlo. Basta sentarse para que la función comience, puesta en escena en el mejor tablado del mundo, con guión y dirección de nada menos que La Madre Naturaleza.
Uno llega al apostadero aún con luz, quizá dos horas antes del ocaso. El lugar bulle de vida, y los primeros minutos son los de rutina en cualquier otro teatro del mundo: encontrar la locación, acomodarse.
Luego viene el período de adaptación. El espíritu se serena, aquietándose, preparándonos para las largas horas de inmovilidad que vendrán. Y con ello comienza el cambio. De a poco uno siente que se confunde con el entorno, pasando a formar parte de el. El proceso es activo, pudiendo palpar como se va confundiendo con el entorno.
De a apoco la iluminación y los sonidos del día comienzan a acallarse. Los últimos pájaros cruzan el horizonte volando contra un telón naranja, que luego, de a poco, comienza a morir.
Junto con la oscuridad llega el silencio absoluto. Es un momento de transición, mágico, que algunos llaman la hora muerta, dónde la vida diurna cesa para dar lugar paso lentamente a los sonidos de la noche, misteriosos, en ocasiones aterradores, relatando el último acto de una vida.
Con el ánima en vilo y los sentidos agudizados más allá de lo posible el primer acto comienza. El oscuro escenario comienza a ser iluminado lentamente por pálida y vaga luz de la luna, mientras el frío cala hondo. Nuestros ojos se esfuerzan, y en ocasiones confundimos lo real con lo imaginario, pero las imágenes nos atraen, fascinados con sus formas irreales, sutiles, a veces inexistentes. Y todo se convierte en un enorme acto de magia en el cual nuestros sentidos compiten por el mejor balcón.
En ésta magnífica representación el acto de matar o no hacerlo se convierte en algo secundario, banal, incluso capaz de romper el clímax de la mejor puesta en escena jamás imaginada. Uno no se encuentra allí para tomar una vida o recoger un trofeo. Es otra cosa.
Pero el show no termina allí. Cazar al acecho no acaba con eso. Hay aún algo más, que es la música que acompaña al acto.
Algo íntimo, insondable, rayano en lo prohibido, y que tiene una profunda relación con aquello de atreverse a descubrir nuestros límites.
Es un sentimiento tan sutil que resulta difícil describirlo. Sin embargo en el se encuentra la explicación de por que alguien soporta noche tras noche, sin oponerse, el castigo del acecho, esperando en medio de la penumbra por un invitado que suele no concurrir.
Quizá la explicación esté en la descarga que produce el miedo, con la enorme conmoción que ello nos produce y que nos atrae irremisiblemente.
Es sentirse como el predador supremo, esperando emboscar a la presa en el mismísimo patio trasero de su hogar, pero sólo después de haber vencido sus propios miedos. Un sentimiento extraño, de doble victoria, sobre la presa y sobre uno mismo, casi como el de un de furtivo, de aquel que sabe que está traspasando una línea de la cual no se retorna, dentro de un mundo que no muchos osan ingresar, y que menos aún llegarán a conocer.
Ud. dirá que estoy divagando. Ni se moleste. Eso lo sé, y no me enteré hace poco. Creo que lo hago desde ese día que años atrás crucé ese umbral, y sí hoy he vuelto a la realidad es para ver sí puedo arrastrarlo conmigo. ¡Bienvenido al mundo de los solitarios, las tinieblas y la agudización de los sentidos, donde la paga es magra pero la puesta en escena es suprema, y uno forma parte de ella!