El artículo anliza la importancia económica de ésta actividad en la Argentina. Texto: Daniel Stilmann.
Quinientos años atrás, un grupo de aventureros españoles trajo consigo a estas tierras del Plata unas pocas cabezas de ganado vacuno, equino y porcino. Sus intenciones eran solamente utilizar estos animales como fuente de alimentación o como transporte, a la espera de enriquecerse con oro y plata, elementos que nunca aparecieron en estas lejanas latitudes. Ni el más delirante de ellos imaginó jamás que esos primeros "importados utilitarios" se tornarían posteriormente en la base de la riqueza de ésta nación. No entraba en sus planes ganarse el pan de manera tan simple.
Pronto el primitivo asentamiento portuario cayó en la tragedia y el olvido, para resurgir años después como el puerto de abastecimiento de esas provincias olvidadas de la mano del monarca y de la de todos los dioses.
Mientras tanto, aquellas primeras cabezas de ganado, ahora cimarrones, se afincaron en las planicies y comenzaron a reproducirse como conejos. Habían desembarcado en nicho ecológicamente vacío, casi sin predadores, y con un hábitat incomparable para su multiplicación.
Trescientos y tantos años después esos mismos animales exóticos se convirtieron en la carne, el cuero y la lana que forjaron la grandeza económica que este país supo vivir, y de alguna manera continúan siendo uno de los pilares de nuestra economía. Puntó y a otra anécdota.
DE CAZA
Hace cien anos atrás, un grupo de ricos estancieros cuyas fortunas provenían de aquellos primeros exóticos, decidió traer a nuestro país algunos animales de caza para satisfacer sus deseos venatorios, ya que nuestro venado de las pampas, el ciervo de los pantanos, tres clases de corzuelas y pecaríes, el pudú, el huemul, además de pumas y tigres, no colmaban plenamente sus expectativas. Como estos anímales nativos no estaban a la altura "social" de sus primos extranjeros, fueron abandonados a su suerte y persecución, ¡Ah, cuánta ignorancia y despilfarro juntos en un solo país!
Mientras tanto, los animales importados lograron sobrevivir, adaptarse y procrear sin restricciones, en particular los ciervos colorados, dama, axis, las liebres y el jabalí europeo. Estos animales ya están irreversiblemente implantados en nuestro país, al punto de que han desplazado a la fauna nativa, y la cruda realidad es que resulta imposible o deseable erradicarlos, pero sería conveniente controlarlos por dos motivos: para proteger a la fauna local al mismo tiempo que explotar esa riqueza adquirida en nuestro beneficio.
EL PRESENTE
Hoy, a mediados del 2005, luego de una depresión feroz, empobrecidos hasta la médula y con una deuda social para con nuestro pueblo, la historia se repite, y nos encontramos exactamente en el mismo punto que estuvo más un argentino un siglo atrás: en la pampa y a los gritos, sin saber muy bien qué hacer cuando esas vacas desperdigadas por doquier comenzaron a convertirse en el gran negocio. Salvo que esta vez no es el ganado vacuno lo qué nos sobra, sino los ciervos y los chanchos, los patos, las palomas y las liebres.
Sería tedioso recitar aquí la larga lista de tugares que los animales exóticos han colonizado dentro del país. Hace tiempo que el jabalí ha invadido todo el territorio nacional, perforando incluso la frontera con Brasil. Por otro lado son pocas las provincias argentinas que no cuentan con, al menos, un asentamiento de ciervos colorados, axis y ciervo dama, aunque por el momento no existen datos estadísticos al respecto (Jujuy ya cuenta con dos asentamientos de ciervos colorados)
De repente y en medio de una gran crisis nos encontramos con una riqueza que no esperábamos y que hasta el momento no hemos sabido aprovechar. Me estoy refiriendo ahora a esos animales exóticos y también a la fauna nativa, que en algunos casos es plaga (paloma) y en los demás está en franco crecimiento debido al éxito de la soja. ¿Aprenderemos de la lección que nos dieron los vacunos cien años atrás, o una vez mas dejaremos pasar el tren de la oportunidad cediendo el negocio a los de afuera?
En un país sumido en la miseria, el desempleo y el hambre nos hemos topado con un madero a la deriva que puede sustentarnos, aunque más no sea hasta lograr poner un pie en tierra firme. Por ejemplo, ¿alguien se ha cuestionado cómo es factible que una provincia como la de Entre Ríos, azotada por las siete plagas de Egipto, más algunas de nuestro nutrido y vergonzante repertorio cuente con miles de cabezas de ciervos axis y jabalís coexistiendo con el hambre, la desnutrición y la falta de trabajo?
¿A quien estamos esperando para aprovechar ésta oportunidad que se nos está ofreciendo y reconvertir economías regionales que pueden beneficiarse de ello?
Dicen que un ejemplo vale más que mil palabras. Por las dudas, aquí van ambos.
Todo lo dicho hasta aquí no constituye más que un relato histórico mechado con algunas tristes reflexiones socioeconómicas que cualquiera puede hacer. En otras palabras, nada nuevo y mucho jarabe de pico. Pero como para intentar arrancar y comenzar a hacer algo podemos citar algunas cifras y narrar algunos hechos que talvez nos ayuden a cambiar las cosas o, al menos, a verlas desde un ángulo diferente.
En su balance comercial del año 2000, nuestra madre patria acusó ganancias combinadas por tres mil millones de dólares provenientes de la caza de ciervos rojos, como ellos llaman al colorado. No figuran los montos por igual concepto en caza de del jabalí pero, conociendo España y su afición por las monterías y los macarenos, las cifras deben de andar por allí cerca (Revista Caza y pesca, editorial Paúl Parey, España, 2001). ¿Sorprendido? Lea esto.
España cabe varias veces dentro de nuestro territorio, aunque no cuenta con la belleza de la cordillera de los Andes y ni siquiera con el famoso ombú de las pampas. Es más. Hace treinta años que los ciervos colorados, dama, corzos y jabalís eran, en ese país, más escasos que gallinas con dientes. En su hambre los españoles se los habían comido. Hoy no existe provincia española sin cotos de caza con largas listas de espera para visitarlos, y ni hablar de lo que hay que pagar para pisarlos. Pero, sigamos con nuestros ejemplos.
Los Estados Unidos contaban con un millón de ciervos cola blanca allá por el año 1500. Hoy poseen 35 millones de cabezas de esa especie que se puede cazar en cotos privados, tierras del estado, con o sin guía, a pie o a caballo, con arco y flecha, fusiles de avancarga o de retrocarga, y en cantidades que en ciertos estados suelen ir hasta dos especimenes por día durante toda la temporada (agosto a febrero, Carolina del Sur)
Lo único que no hacen los americanos del norte con los ciervos es dulce, pero reconozcamos que no les es necesario, ya que anualmente la caza les provee 1,2 millones de puestos laborales fijos. Esto representa 28.000 millones de dólares anuales en salarios, mientras que el estado recauda 4.500 millones en concepto de impuestos y licencias deportivas, aceptándose que la industria relacionada con la caza y la pesca ocupa el séptimo puesto en el orden de facturación de esa nación, lo que representa la friolera de 105.000.000.000 de dólares (ciento cinco mil millones o 105 billones, como Ud. prefiera), cifra que supera la recaudación combinada del fútbol americano, el béisbol y el basketball en ese país (Hunting, 1996).
Por último tomemos algunos de los países de la región sur de África y algunos de los más recientes en entrar a la Comunidad Europea. Con sus manadas devastadas por el hambre y dos guerras feroces, y economías que no podían en esos años ni comenzar a compararse con la nuestra, allá por la década de 1960 empezaron a aplicar planes de conservación y explotación regional de la fauna.
Hoy, éste recurso no cesa de producir divisas en forma de permisos de caza, impuestos a las ganancias, jornales de guías, hotelería, transporte, taxidermistas, venta de combustible y equipos, además de carne de caza para escuelas, y hospitales.
\En la actualidad muchas de esas naciones, junto a países emergentes como Polonia, Checoslovaquia, Hungría y basta la misma Rusia, no solo han recuperado el número de animales salvajes: lo han incrementado y una parte de sus ingresos regionales descansa en la caza deportiva.
Argentina posee las tierras, los animales de caza mayor y menor (ambos en cantidad y calidad necesaria como para comenzar en éste mismo momento a competir internacionalmente), la belleza natural (factor extremadamente importante) y la necesidad perentoria de explotar este recurso. ¿Somos conscientes de esto o vamos a permitir nuevamente que extraños a nuestro suelo vengan a enseñarnos como hacerlo producir, y que de paso se alcen con las ganancias?
Pero sí recogemos el guante del desafío y aceptamos el reto de hacerlo nosotros mismos, ¿por dónde empezar?
DE LA PALABRA A LA ACCIÓN.
Lo primero que debemos hacer es tomar conciencia de cuanto vale nuestra fauna y ponerle precio (sí, leyó bien) Solamente una fauna que tiene valor monetario es defendida y cuidada. El mundo rebasa de ejemplos al respecto: África, Europa toda, los Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y muchos más. Todos estos países han tenido sus respectivas faunas al borde e la extinción, y todos ellos, sin excepción han logrado recuperarlas y explotarlas adecuadamente.
A continuación es necesario crear una estructura jurídica que permita el manejo y explotación de la fauna nativa y de la exótica, asegurando además que los beneficios de dicha explotación alcancen a todos los ciudadanos por igual, y que el uso de la fauna no se emplee en forma incorrecta. Para ello se precisan leyes, que en muchas provincias aún no tenemos, y que es necesario sean redactadas por personas idóneas en el tema.
Por último resulta indispensable crear un plan racional a largo plazo para manejar toda la fauna, de igual manera que se maneja el stock ganado de la nación. Esto implica ayuda del Estado en la parte de regulación jurídica, el trabajo de los ganaderos, responsables por la producción, y el aporte de los técnicos como encargados del programa de mantenimiento, mejora y explotación.
Lo planteado no es una utopía. Este esquema ha sido repetido una y otra vez desde hace 90 años en tres continentes y múltiples naciones, siempre con éxito. Puede o no ser del agrado de unos o de otros, pero es único que tenemos para asegurar continuidad de nuestra fauna, su usufructo por parte de todos los ciudadanos, sin distinciones sociales ni económicas, y para aportar un recurso más a nuestra Nación.
¿Cuánto vale nuestra fauna? Sin datos estadísticos de poblaciones animales, ingreso de cazadores extranjeros, ni cantidad de cazadores nacionales federados es difícil decirlo, pero puede estimar el valor aproximado o potencial de este bien común en forma indirecta. Para ello recurrimos a datos aislados que pueden dar una buena pista.
Los argentinos sumamos 37 millones de habitantes.
El promedio mundial de cazadores deportivos en cualquier parte del mundo varia entre el tres y el cinco por ciento de su población. Esto nos da un total de 1,10a 1,85 millones de potenciales cazadores nativos.
Un cazador extranjero de caza menor gasta un promedio de seis mil dólares (incluyendo transporte) en cada viaje a nuestro país, mientras que aquellos que se dedican a la caza mayor superan ese promedio fácilmente.
En el diario El Clarín publicó un pequeño artículo en el cual se mencionaba que en el año 2004 entraron a Argentina 150 millones de dólares en concepto de cacerías de ciervos. Lo que no se sabe es cuanto se movió dentro del país, ni cuanto más ingresó por la caza de palomas, jabalís, patos y avutardas.
La Argentina es para los españoles el primer destino de caza menor fuera de su país, y el segundo de caza mayor después de África. Los italianos no andan lejos y los franceses están comenzando a aparecer en números crecientes en las arroceras del norte, detrás de los patos. Por su lado, los norteamericanos nos visitan por la avutarda, la perdiz, el pato y los ciervos colorados, y ya han comenzado a mirar con buenos ojos a nuestra fauna autóctona, la cual para ellos tiene más valor aún que los exóticos que les ofrecemos.
Un cazador norteamericano gasta dentro de su país un promedio anual de mil doscientos dólares (tomar nota de la palabra promedio y multiplicar eso por el 3,5% de su población) La pregunta es, ¿cuánto gastamos los argentinos por el mismo concepto, esto es combustible, transporte, hotelería, guías, cartuchos, armas y ropa?
¿Habrán pensado alguna vez los gobernantes el poder de ese millón y tantos de cazadores, y que incidencia tiene lo que gastamos sobre las economías regionales? Para aquellos que no tiene esas respuestas, y que desean darse una idea del potencial del recurso, una mirada a la industria montada alrededor de la caza y la pesca deportiva en La Pampa, Río Negro, Neuquén y Corrientes podría darles una idea.
Por motivos ajenos a la ganadería y la agricultura, muchos extranjeros están comprando tierras en Argentina. La razón para ello es que poseen belleza natural o fauna, dos de los "comodities" de lato valor en el presente.
Reconozco que estos datos no nos permiten sacar conclusiones exactas, pero deberían ser suficientes como para al menos hacernos reaccionar.
¿Cómo se crea la estructura jurídica necesaria? Perdón por la simpleza y la crudeza de la repuesta, pero es así: copiando. Sí, copiando el sistema universal actualmente en uso, probado y abusado hasta el cansancio, y al que nos referimos antes. No entraré en detalles de cómo funciona pues este no es el lugar o el momento.
En cuanto al plan de manejo no nos falta inventar nada ni devanarnos demasiado los sesos buscándole el agujero al mate. Otros lo encontraron ya hace mucho tiempo. Solamente tenemos que imitar, introduciendo eventualmente aquellas pequeñas modificaciones necesarias para adaptarlo a nuestra fauna. La pregunta es: ¿seremos lo suficientemente inteligentes como para aprender de la experiencia ajena sin tener que pasar por los errores propios?
Esto, al igual que la puesta en marcha de un plan de salud o cualquier otro, requiere de una planificación adecuada, y para ello sé precisa conocimiento. ¿Hay técnicos en el país con la capacidad necesaria para lidiar con el problema? Honestamente no lo sé, pero sí la respuesta es negativa, busquemos a un Valerius Geist, un John Ozoga o un John Paquet, que poseen el conocimiento y la capacidad necesaria para ayudamos.
¿Que todo esto nos costara dinero, sacrificio y trabajo? Puede apostar que así será. Pero, ¿acaso hay algo en la vida por lo cual valga la pena luchar que sea gratuito?