Lo mejor de ambos mundos.

Texto por Daniel Stilmann. Fotografías de Ricardo Debonis.

Desde tiempos inmemoriales los cazadores mantenemos puntos de vista diferentessobre lo que resulta mejor entre las siguientes dos opciones: un proyectil que quede dentro de la presa, entregando de esa forma toda su energía a los tejidos, y otro que logre emerger de la misma por el lado opuesto, dejando así un rastro de sangre visible que facilite la búsqueda posterior, aunque arriesgando disipar mucha de esa tan preciada energía en aire fino. Los argumentos de los dos bandos resultan obviamente sólidos, aunque como veremos después, no es exactamente la energía lo que mata ni todas las heridas sangran, perforantes o no.

Para agravar las cosas existen, y continuarán existiendo, múltiples ejemplos de ambos tipos de herida (penetrante versus perforante) en los cuales la presa se desploma en el lugar, y otra cantidad igual de episodios en los que ocurre lo contrario, con lo cual la discusión alcanzó un punto en que se hizo imposible arribar a algún tipo de conclusión al respecto. Como tampoco existen registros estadísticos de los cuales se puedan obtener números concluyentes, el tema iba en vías de quedar como uno de los tantos no resueltos. Eso fue hasta hace poco. Ahora sabemos cual es la respuesta correcta. La energía, para ser de alguna utilidad, debe de convertirse primero en trabajo, de lo contario se mantiene como algo abstracto, algo de muy poca utilidad para el cazador.

Pero para que el anterior enunciado se torne en algo sensato para el lector se hace necesario entender donde se origina la confusión,la cual parte de la ignorancia de ambos grupos sobre dos temas centrales. El primero de ellos es determinar que ocurre con la energía dentro de la presa, y el segundo es cuantificar que porcentaje de la misma se desperdicia una vez que el proyectil emergió. No olvidemos que lo que estamos queriendo demostrar aquí es solamente en que lugar exacto es mejor que finalice su recorrido la bala, pues en cuanto a los resultados ya mencionamos que son variables en ambos casos. Concretamente, ¿es mejor que un proyectil emerja por el lado opuesto del animal para dejar así un rastro de sangre, aunque pueda darse a la fuga por una falta de entrega de todo su potencial?

Lo que sigue a continuación es un resumen de una serie de resultados de laboratorio llevados a cabo por un conocido fabricante de puntas deportivas.

Primero sentemos los parámetros de comparación sobre los cuales se basó el experimento. Estamos hablando de puntas sólidas expansivas, disparadas desde dos armas de igual longitud de caño y cartuchos del mismo calibre, pero dotados con diferentes plantas motrices; uno con la vaina del .30-06 Springfield y el otro con la del .300 RUM (Remington Ultra Magnum), haciendo blanco sobre gelatina balística de iguales dimensiones y consistencia colocadas a 100 yardas de distancia del tirador.

La diferencia de energía desarrollada por los dos cartuchos escogidos se creyó previamente necesaria para poner en evidencia el punto principal del experimento (sí se desperdiciaba energía o no) sin tener idea de que serviría para demostrar eventos no imaginados. En éste ejemplo, y luego veremos por que, las puntas blindadas, que resultan perforantes por falta absoluta de deformación, no tienen cabida. El secreto de todo se encuentra casualmente en esa modificación que sufre el proyectil. Es en ese momento donde la energía se transforma en trabajo.

Se dispararon ambos cartuchos desde una mesa de tiro sobre los dos bloques de gelatina balística de 30 centímetros de lado por 60 centímetros de longitud (30 X 30 X 60) Las velocidades se registran mediante un primer cronógrafo en la boca del cañón, el segundo ubicado inmediatamente antes del blanco y el tercero a la salida del mismo, de manera de poder medir la velocidad y calcular la energía del proyectil justo antes y después del impacto. Unos metros más allá se colocó una plancha de madera de pino para ejercer como para balas. Conociendo las velocidades al momento del impacto y el peso de la punta disparada, el cálculo de energía, antes del impacto y a su salida del blanco, es una tarea simple (E = M X A)

El primer detalle asombroso de éste experimento

es que ninguno de los dos proyectiles logró incrustarse en la madera blanda ubicada unos metros por detrás del blanco, cuando se esperaba que al menos el .300 RUM perforase la madera. Ambos dejaron solamente una marca en la misma, de manera tal que se pudo demostrar gráficamente, y de forma fehaciente, que la diferencia de energía entre los dos proyectiles a la salida del blanco era escasa.

En la gelatina se pudo observar el túnel de herida de ambos proyectiles. Al comienzo lineal, para luego abrirse abruptamente al momento en que el proyectil expande, resultando el radio del daño por expansión del .300 RUM bastante mayor que el del .30-06, tal cual era de esperar. Luego ambos proyectiles continuaron con su trayecto rectilíneo formando un túnel de diámetro cada vez más reducido hasta hacerse homogéneo y alcanzar el exterior del blanco.

Lo que no era de esperar, y éste detalle es la madre de todo el descubrimiento,

fueron los valores de velocidad y energía con el cual ambos emergían del gel. La punta del .30-06 lo hizo con una velocidad de 245 p/s, ¡mientras que la del .300 RUM lo hizo a 255 p/s, lo que equivale a unas miserables 24 libras por pie de energía residual para ambos!

Además de haber sorprendido a más de uno, esto demostró que independientemente de la velocidad de entrada, un proyectil expansivo (estas dos últimas son palabras clave) cede casi la totalidad de la energía del proyectil dentro del blanco, no así sí el proyectil no se deforma, como ocurre con las puntas blindadas de guerra. En ese último caso se desperdicia casi la totalidad de la energía ya fuera del objetivo como aseguraban muchos.

¿Y a que monto de energía es comparable el que cede una punta de 180 grains a 255 p/s? El mismo corresponde exactamente a un cuarto de la energía que ofrece un proyectil calibre .22 de 40 grains de peso haciendo impacto a 100 metros de distancia, o sea prácticamente nada.

Por lo tanto se concluyó que si ambos proyectiles, .30-06 y .300 RUM, se hubiesen mantenido dentro de sus respectivos blocks de gelatina, la energía ahorrada hubiese resultado despreciable desde el punto de vista práctico. Como corolario podemos agregar que lo que nunca pasa inadvertido, o resulta inútil, es un rastro de sangre por pequeño que éste sea, particularmente sí ese dato de tanta importancia nos es regalado sin ceder un ápice de nuestra preciada energía.

Una vez comprendido los beneficios que representa para nosotros que el proyectil emerja y sin costo a pagar por nuestra parte, resulta de suma utilidad detenerse a analizar lo que ocurre dentro de la presa, y en que se traduce esa transferencia de energía tan mentada.

El proyectil una vez extraído.

Parte de la misma cedida por el proyectil se transforma en calor por fricción contra los tejidos, pero la mayoría se emplea para a), expandir el proyectil, y una vez que esto ha ocurrido en b), vencer la resistencia elástica que los tejidos oponen al paso de un proyectil my deformado, que es mucha. Afortunadamente a mayor resistencia obtendremos mayor deformación, y cuanto mayor sea ésta mayor será el embudo del túnel de herida, con el consiguiente aumento en la hemorragia.

Pero no toda la energía se utiliza en empujar la bala hacia adelante.

Otra parte de la misma es empleada en el movimiento de rotación del proyectil. Al daño que produce la deformación hay que agregarle el efecto de corte que le otorgan los cuatro pétalos (como las paletas de un ventilador) resultantes de la expansión que sufren estas puntas sólidas diseñadas para abrirse de ésta forma. Esas prolongaciones actúan como cuchillas de corte de un taladro que avanza girando a una velocidad que oscila en las 230.000 revoluciones por minuto.

El momento en que la bala expande corresponde al mayor diámetro del túnel de herida, el cual ya dijimos va disminuyendo en forma gradual hasta estabilizarse.

Pero, ¿qué explica que ambas puntas emerjan de la gelatina con casi idénticas velocidades y energía residual cuando antes de impactar la diferencia entre ellas era de casi 300 p/s? Simple: cuanta más alta sea la velocidad al impacto (y con ello la energía acarreada), mayor será la deformación sufrida por el proyectil, cediendo más energía y más rápido a los tejidos, obligando al misil a frenar más rápido.

Si según la definición un libra/pie es la fuerza necesaria para elevar en el aire una masa de una libra de peso (450 gramos) a un pie de altura (33 centímetros), por lo tanto un proyectil que acarree 2.800 libras/pie al momento del impacto debería teóricamente elevar en el aire esa masa unos 4.242 metros. Y ese mismo proyectil debería hacer saltar por los aires al menos a 84 metros de altura a un venado de 50 kilogramos de peso, lo cual sabemos no sucede, por que esa energía se emplea en parte para deformar el proyectil, y el resto se gasta en empujarlo hacia adelante rotando y cortando constantemente en contra de la resistencia que ofrecen los tejidos. Solamente en caso de chocar el proyectil contra una superficie lo suficientemente resistente como para impedir su entrada veríamos al cuerpo desplazarse hacia atrás empujado por la energía que acarrea la bala.

En éste caso el proyectil logró emerger por el lado opuesto. Llama la atención la cantidad de sangre alrededor del animal producto del orificio de salida.
Recuerde la ley de Newton.

Toda acción genera una reacción de igual fuerza pero de sentido contrario, por lo tanto por más energía que dotemos a nuestros proyectiles esto no van a empujar a nuestra presa alejándola de nosotros más de lo que nuestra arma empuja hacia atrás a nuestro hombro. Ese movimiento raramente perceptible de la presa al impacto, o el mucho más notable de nuestro hombro hacia atrás es todo lo que percibiremos como muestra “visible” de lo que ocurre con la energía. El resto se transforma en trabajo que se dispersa dentro del animal, que es lo que en definitiva cuenta.

Aunque en la gelatina balística no se puede demostrar si hay transferencia o no de energía hacia los capilares ubicados a distancia de la zona de impacto (por ejemplo en el cerebro), la teoría que proponía que los mismos sufrían destrucción masiva por ese aumento de presión brusco ahora parece desmoronarse, y lo que sería el responsable directo del deceso es el tamaño del túnel de herida y la hemorragia consecutiva. La excepción a esto son los disparos al sistema nervioso central, que por su escasa resistencia al proyectil y por su importancia como órgano central de comando, una vez afectado resulta en el cese de funciones en forma instantánea sin importar mucho el tamaño de la herida.

Una acotación al margen antes del cierre.

De los dos orificios que genera un proyectil perforante expansivo (entrada y salida), siempre por el último tenderá a manar más sangre, ya que el primero, el de entrada, presentará bordes nítidos, diámetro pequeño y fácilmente resulta obturado por los tejidos circundantes que se contraen, mientras que el orificio de salida suele presentar bordes rasgados y un mayor diámetro debido a la deformación asimétrica del proyectil y la salida de tejidos duros como astillas de hueso a alta presión.

Clásico orificio de salida de la punta Barnes, que a su salida dejó un largo hilo trenzado de tejidos enroscados sobre sí mismo que ayudaron a mantener la herida de salida abierta y manando hasta desangrar al animal.
¿Conclusiones?

Si bien ahora sabemos lo que mata directamente no es la energía, la cantidad de la misma que acarrea un proyectil es importante pues se traduce en trabajo, y a mayor trabajo mayor destrucción. A su vez la energía resulta del producto del peso del proyectil por su aceleración, por ende cuanto más pesado y veloz, dentro de límites razonables y adecuados para la presa en discusión, y de lo que Ud. sea capaz de soportar, mejor. No tema a desperdiciar kilográmetros fuera del blanco. Eso no sucederá. Ya vimos que cuanto más grande es el nivel energético, más rápido se transfiere a la presa por una mayor desaceleración, generando una hemorragia más cuantiosa y terminando por emerger con la misma cantidad de libras por pie que otro proyectil menos veloz y más lento en producir el deceso. Y entre rastrear una presa que no sangra, a otra que lo hace, lo segundo es infinitamente mejor, y eso es algo que no necesita demostración alguna. Ahora que sabe esto, ponga el hombro, aguante el cimbronazo y luego, si tiene que hacerlo, ¡rastree tranquilo!


por Daniel Stilmann