Los rastros de sangre pueden dar información invaluable, más allá de indicarnos si la presa está herida o no o de orientarnos sobre su dirección de fuga.
Recuperar un animal herido es como buscar una aguja en un pajar;
frustrante al menos, por decirlo de forma civilizada. Rastrear es una cuestión de mucha paciencia, pequeños detalles y abundante lógica. De no contar con estos tres requisitos, o no ponerlos en práctica, la mano suele estar perdida antes de barajar.
Si todos los rastros a seguir fuesen así de claros terminaría por creer que hay un Dios de los cazadores.
Esto nos ocurre fundamentalmente por carecer de un apéndice nasal desarrollado como el de un perro de rastro, lo que facilitaría las cosas, pero como dicen los jóvenes, es lo que hay, y con ello hay que conformarse. Pero, eso “que hay”, mi estimado amigo, no es para despreciar.
Contamos con un par de ojos formidables, capaces de captar una cantidad de información monumental, y lo que es más importante es que esos ojos están conectados directamente a un procesador de información sin par en el reino animal. Ahora, sí bien el equipo viene instalado de fábrica, otra cosa es ponerlo a funcionar, y posteriormente interpretar correctamente la información recabada.
Los humanos rastreamos fundamentalmente con la visión,
y para hacerlo nos guiamos por signos, a los que denominamos rastros, datos a los cuales sometemos posteriormente a un proceso de deducción basado en la lógica. Estos rastros, que consisten en huellas, ramas rotas, pelos, contenido abdominal y sangre, otorgan una gran cantidad de información.
De todos ellos, la sangre, quizás sea el que más nos aliente a continuar una búsqueda, pero a pesar de la información que brinda suele ser un rastro efímero, discontinuo, escaso y, por lo general, mal interpretado. La imagen de un reguero lineal de gotas de sangre que nos llevará indefectiblemente hasta nuestra presa es solo una fantasía. La realidad es diferente.
Esos pocos rastros, en ocasiones compuestos por una sola pinta de sangre, pueden indicarnos sí la herida es arterial o venosa, la altura del impacto sobre el animal, si afectó los pulmones, el abdomen o simplemente masa muscular, la dirección de fuga, la velocidad de marcha, sí el animal se recostó a descansar o no, y en ocasiones, por su magnitud y constitución (sangre mezclada con astillas de hueso, pelo, o con contenido abdominal), de la localización exacta de la herida de salida. Como habrá notado, no es poca la información que nos brinda, pero por sí misma de poco sirve; hay que procesarla. La pregunta es ¿cómo, en que orden y cuales son las conclusiones a sacar?
Partamos de un ejemplo muy frecuente en la vida real. Supongamos que al momento del impacto no pudimos observar la reacción del animal, o su dirección de fuga, y que la única prueba de que ha sido “tocado” la constituye un poco de sangre en el lugar. Esto suele suceder durante los acechos nocturnos. He aquí el orden en el cual analizar la información y cual es la interpretación posterior de la misma.
Lo que sigue no intenta ser una verdad universal o representar la totalidad de lo que hay para saber sobre el tema.
Como siempre que se trabaja con sistemas biológicos expuestos a una multitud de variables externas, incluyendo la personalidad del cazador y su grado de interés en la empresa, los resultados suelen variar. Pero es un comienzo.
La búsqueda se inicia en el lugar en que estaba la presa al momento de ser herida. Para ello es fundamental, antes de disparar, tomar una referencia que nos facilite identificar esa ubicación posteriormente, y marcarla con un pañuelo. Comenzar una búsqueda en el lugar errado ciertamente no ayudará, y en más de una ocasión será necesario volver al punto de partida exacto, por eso lo del pañuelo.
Una vez en el área es preciso mirar muy bien antes de contaminarlo con nuestras pisadas.
Las primeras gotas de sangre que se suelen encontrar son aquellas producto de la salida del proyectil y ayudadas por el violento aumento de presión dentro del animal
Estos rastros suelen alcanzar una distancia variable por detrás del orificio de salida, salpicando los alrededores, y sirven para identificar el tipo de herida y la altura o región anatómica afectada. Como esos rastros pueden ser múltiples y diseminados en un arco, no sirven para indicar la dirección de fuga; solamente nos habla del lugar preciso del acontecimiento.
Esta dispersión hemática se torna evidente cuando se dispara de noche empleando un visor nocturno durante las operaciones de control. Estos sistemas captan el calor emitido (similar a una termografía) de las gotas de sangre y son perfectamente visibles al momento del impacto, formando un arco de vuelo por detrás del orificio de salida.
La sangre puede ser encontrada sobre el suelo y o a la altura de salida del impacto, en cuyo caso podremos observarla depositada sobre las hojas de la vegetación por detrás de la presa, dato que emplearemos para darnos una idea aproximada de la altura del impacto.
Esa primera sangre, forzada fuera de la presa de forma violenta, puede estar contaminada con tres cosas; fragmentos de huesos, pelos o contenido abdominal.
Tomemos esto como ejemplo. Una gota de un rojo brillante, con espuma y astillas de hueso nos habla precisamente de una herida torácica. Más adelante veremos por que.
En un ciervo el pelambre marrón obscuro corresponde a los flancos,
el cuello, las extremidades o el lomo, mientras que cuando la misma es blanca pertenece a la región abdominal inferior o el pecho. Este mismo razonamiento lógico puede emplearse con otro tipo de animales.
Cuando los rastros son de sangre pura es imprescindible analizar su color primero. Un rojo rutilante nos indica una herida arterial, y sí está acompañado de burbujas (que se presenta como una espuma) debemos de pensar en una herida pulmonar. Ese animal no andará mucho, y es mejor darle tiempo a que muera en paz, sin empujarlo más lejos de lo necesario.
Si a esa muestra le sumamos unos fragmentos óseos no nos queda más remedio que asumir que la lesión es torácica, ya que los únicos huesos en el tronco de un animal son los de parrilla costal y los de la columna vertebral, pero una lesión de éste último tipo rinde a la presa en el lugar y el momento, no habiendo necesidad de rastrear.
La sangre fresca oscura es de tipo venosa, lo cual es tan importante como si fuera brillante, ya que nos está indicando lesión de un vaso, que en caso de ser grande terminará produciendo una hemorragia tan grave como la de una herida arterial, aunque más lentamente. Un rastro de sangre oscura mezclada con contenido intestinal (masa de color verde) nos indica una herida abdominal preferentemente baja, ya que las arterias abdominales importantes en los cuadrúpedos corren paralelas a la columna vertebral o cerca de ella, o sea que están alojadas muy alto dentro de la cavidad.
Con el primer tipo de herida, abdominal baja, la conducta debe de ser cauta, esperar al menos seis horas a que el animal, al no sentirse perseguido, se recueste a descansar en las inmediaciones y que posteriormente le sea imposible reincorporarse (por pérdida de sangre o por la peritonitis que se instaura)
Por otro lado, si la sangre es arterial (herida abdominal alta), en particular si el contenido es grande, la presa probablemente se desvanezca en un radio de 150 metros y fallezca minutos después a causa de la pérdida sanguínea.
Bien, hasta aquí es la información que podemos obtener de ese primer rastro. El siguiente paso es determinar la dirección y la velocidad de fuga mediante unas pocas gotas aisladas de sangre sí ese es el único rastro con el cual contamos.
En éste caso ya no podemos esperar encontrar manchas o gotas sobre la vegetación a la altura de la herida, a menos que al animal roce con su parte afectada la misma. En cambio habrá que prestar suma a tención al suelo, donde quedarán depositadas.
Pero antes de comenzar a buscar sangre hay que recordar que un animal herido que se desplaza al paso, o sea que no ha entrado en pánico después del disparo, seguirá su camino empleando sendas pre existentes. Ese mismo animal, pero en estado de alerta máxima, correrá para alejarse del peligro, y en ese caso lo hará rompiendo monte, donde será más difícil seguirle el rastro. Por lo tanto, y de ser posible, después de disparar hay que permanecer en silencio, oculto, tratando de no asustar a una presa que quizá ni enterada esté del traumatismo recién recibido, algo que sucede que suma frecuencia.Una cosa más a tener en cuenta antes de partir.
La cantidad de sangre encontrada no es nunca índice de la gravedad de la herida, lo cual se explica de diferentes maneras.
Primero, no todos los orificios de salida permanecen abiertos después del impacto y, segundo, no toda la sangre que se derrama dentro del animal gana el exterior del mismo. Para que un animal colapse debe de perder al menos un cuarto de su volumen sanguíneo (aproximadamente un litro), el cual es de aproximadamente cuatro litros para una presa de entre 50 y 100 kilogramos. Al alcanzar éste punto la presa pierde el conocimiento por falta de irrigación cerebral, pero de ese litro perdido, escasamente unos pocos centímetros cúbicos quedarán esparcidos aquí y allá.
Bien, dicho lo anterior, retomemos el rastreo. Suponga que ha encontrado unos pocos rastros sanguíneos sobre un sendero o simplemente el suelo. Lo que intentaremos hacer ahora es comenzar a determinar la dirección de escape. Para ello trace una línea imaginaria entre aquellas primeras gotas de sangre correspondientes al impacto y las que ha encontrado recientemente.
Acto seguido prolongue en forma imaginaria, esa línea tomando referencias a ambos lados de la misma, como ser arbustos, una roca, etc. Con sumo cuidado, particularmente mirando sobre que pisa, antes de hacerlo, comience a buscar más rastros a lo largo de esa extensión imaginaria trazada, proceso que repetirá tantas veces sea necesario, o posible, hasta encontrar a su presa.
Pero los rastros de sangre rara vez nos llevarán en forma directa hasta su emisor, ya que suelen agotarse antes
La otra cosa que puede observarse es que la separación entre gota y gota, al igual que su forma, variará. Como y por que es la pregunta.
Veamos. Al momento de encontrar ese rastro que tanto anhelamos lo primero que sentiremos es una inmensa alegría. Acabamos de dar a nuestro ego cazador una importante recompensa, pero, es precisamente en ese momento, cuando debemos bajarnos (literalmente) de nuestro pedestal bípedo, tornarnos en un poco más humildes, y sin mucho preámbulos ponernos en cuatro (¿hay acaso algo más denigrante?), calzarnos las gafas de lectura y comenzar a mirar de cerca, y tratar de comprender, lo que el increíble mundo de las cosas pequeñas nos está contando.
Con un poco de práctica llegaremos a la conclusión que hay diferentes tipos de gotas, y que esas diferencias dicen mucho. Por ejemplo, una gota de un animal estático es diferente a la de uno caminando o la de otro corriendo, y no solamente en su forma, si no también en su dispersión.
La gota de un animal detenido es redonda, coronada por un círculo de micro gotas en toda su circunferencia.
Es una gota que cayó en forma absolutamente vertical, al entrar en contacto con el piso estalló emitiendo esa corona en su entorno. Dependiendo del tiempo que haya detenida la presa puede encontrarse una sola gota o rodeada de otras de iguales características.
Ahora supongamos que nuestro trofeo comienza andar lentamente. ¿Cómo será esa gota? Al no caer la misma en forma vertical ya que golpea el piso en un ángulo dado por la dirección de marcha del animal, y también a mayor velocidad, notaremos que tiene una parte posterior redondeada, una porción anterior en huso, afilada, y que alrededor de esa “aguja” anterior se puede ver una corona de micro gotas. Ese “dedo” de la aguja nos está indicando sin equivocación el rumbo tomado por nuestro amigo.
Cuanto más afilada sea esa extremidad, y por ende, más larga la gota, mayor será la velocidad de desplazamiento del animal. Por lo tanto, si viene observando gotas redondas o ligeramente alargadas, espaciadas en forma similar entre si, y de repente se tornan más afinadas, y además la separación entre gota y gota aumenta, significa que el animal decidió imprimir más velocidad a su desplazamiento, por que probablemente vio, escuchó o pudo olfatear a su perseguidor. Ese es un buen momento para tomar un descanso y permitir que lo ánimos, de ambas partes, se serenen.
Si bien esto no cubre la totalidad al respecto, el espacio se acaba. Ya volveremos sobre el tema, pero mientras tanto con lo dicho tiene como para comenzar. Verá que lo importante es aprender a deducir de lo observado. Con el tiempo sacará sus propias conclusiones, algunas acertadas, otras no. Eso es lo que se denomina proceso de aprendizaje. Lamentablemente el mismo toma su tiempo, pero como mencionáramos, es lo que hay, y si otros sobrevivieron con eso, ¿por que no nosotros?
Así como unas gotas de sangre pueden indicarnos la dirección de fuga de una animal, la velocidad de su marcha, sí reposó y donde lo hizo, la altura y localización aproximada de su herida, ya hasta el tipo de órganos comprometidos por el impacto, hay otros signos igualmente importantes que deben de ser interpretados correctamente sí es que deseamos realizar nuestra tarea en forma eficiente.
No debe olvidarse que raramente un rastro es constante, y que lo más común es encontrar varios de ellos, los cuales por sí solos no alcanzan para darnos una idea completa de la situación que enfrentamos, pero que leídos en conjunto pueden cambiar nuestro panorama. Pero antes de interpretar es necesario acostumbrarse a buscar, y para ello hay saber que y donde buscar. La superficie de la tierra no es el único lugar donde se imprimen datos de valor.
Los lugares ideales y más sencillos para buscar rastros son la nieve, el barro y la arena, aunque sobre la roca pueden ser igualmente encontrados así también como a la altura de la herida sobre la vegetación circundante.
He mencionado la roca. A priori es un lugar difícil para encontrar algo, y mucho menos una huella tal cual estamos acostumbrados a verlas sobre los otros elementos. Pero piense; una huella no es lo único que puede ser encontrado. Hay otras cosas, de igual o más valor. ¿Qué tal una gota de sangre? ¿O pelos?
Sin embargo, lo más frecuente de hallar son guijarros. Pero, en un lugar donde hay millones de ellos, ¿a cual prestar atención?
Un guijarro por sí mismo puede permanecer eternamente en el mismo lugar, impávido a todo, salvo que un animal a su paso lo desplace o saque de su posición original, algo que sucede inevitablemente, esté o no herida la presa
Aún así, ¿Cómo identificar ese guijarro y de que nos sirve esa información?
Durante el día la parte superior de las piedras se calienta y el agua del rocío desaparece, mostrando todas ellas una superficie seca, sin brillo, de un color casi uniforme. Un guijarro recientemente dado vuelta mostrará su cara superior oscura, húmeda, algo que sobresale rápidamente al ojo ávido de detalles. Aún sí la piedra tuvo el tiempo para secarse, el orificio que ha dejado en la tierra sobre la cual se apoyaba estará húmedo y también se notará más oscuro que el resto.
Bien, esto no nos dice gran cosa, salvo que un animal pasó por allí, y el tiempo aproximado que lo ha hecho, pero no mucho más. Ahora, dos de estas huellas forman una línea, y una línea nos dan una idea de la dirección de marcha, lo cual es bastante información, particularmente sí la misma fue exprimida de un mísero pedrero.
Sí a eso se le agregan unas gotas de sangre, con todo lo que ellas le dirán, puede considerar que su vida es una fiesta, al menos por ese día. Eso sí, antes de abandonar el lugar contento, como perro con dos colas, no se olvide marcarlo con una estaca, de manera que pueda identificarlo desde lejos. La próxima huella no le servirá de mucho sí no puede trazar esa línea directriz entre ella y a la predecesora por que no puede ver donde está.
Cambiemos de escenario.
Ahora su presa marcha por un pastizal alto, o rompiendo monte. Éste es el mismo juego pero con diferentes reglas. En estos casos puede que tenga suerte y encuentre rastros sobre la tierra, como sangre o pisadas. Puede que no. Pero lo más probable es que ahora deba comenzar a buscar indicios un poco más arriba de lo que lo venía haciendo.
¿Y que hay que buscar? En los pastizales altos, con un poco de esfuerzo y atención puede observarse como el animal a su paso ha ido desacomodando los tallos de la vegetación, forzándolos a una posición anormal, que forma como un sendero tenue, que se adivina más que lo que puede verse, en cuyas paredes suelen quedar rastros de sangre y pelos proveniente de la herida al ser frotada contra las hojas. Sí bien ésta es una situación ideal, suele darse, y de hacerlo es preciso saber que buscar.
Antes de internarse recuerde que no se entra en un mar de briznas altas, donde es muy simple perderse, a buscar a la ligera, sin ton ni son. Mantenga presente dos cosas. La primera es que para salir deberá hacerlo por donde entró, por lo tanto preste atención a cada detalle, y segundo, en su búsqueda no altere los rastros endebles, como la disposición en la que quedaron las hojas al paso del animal. Eso, y alguna que otra gota de sangre es todo lo que tiene. ¡Cuídelo!