RECETA PAL´ MINI LADRILLAZO EN LA CAZA DEL JABALI AL ACECHO
PUNTA Cal .30 DE 220 GR INTERLOCK ® RNTEXTO
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IMR 4350 - 40,5 GRAINS A 560 M/S.TEXTO
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Texto: Cacho Cuchi.
Muchas y eternas son las discusiones en materia de cacería sobre los grains, las velocidades, los híper-super-magnums, trayectorias, puntas, pólvoras, y una larga lista de etc. que cuesta enumerar por lo denso y variado.
Y sin embargo, después de años de monte y luna llena, uno cae en cuenta que lo principal para que el disparo sea contundente y definitivo, es la colocación del impacto en el momento y en el sitio justo. Y para eso se necesita un mínimo de conocimiento sobre las variables imprescindibles que se deben manejar cuando se aprieta la cola del disparador del rifle. Y que resumidas a su más llana expresión pueden sintetizarse en los siguientes ítems:
1) El peso de las puntas a utilizar debe ser superior a un mínimo de 150 grains, cualquiera sea su calibre, y la vaina y la carga propulsora que estén detrás.
2) Si el peso de la punta supera los 180 grains, debe intentarse siempre el impacto con abordaje de los grandes huesos, especialmente los que afectan columna vertebral o aledaños a la altura del tren delantero. (Tiro de paleta con leve deslizamiento hacia el cuello). Es muy probable que el animal no se pueda mover del sitio si está bien tocado.
3) Si la punta es de 150 grains, es preferible el tiro que comprometa pulmones, corazón o grandes vasos. Impacto de “codillo” o zona pulmonar, donde el proyectil atraviese solamente costillar y pueda aprovechar su plus de velocidad para expandir y causar deterioro del área respiratoria y/o circulatoria. Es casi una fija que el bicho arrancará en una corrida pero no llegará lejos. Entre 50 y 70 metros si la punta es de calidad y trabajó como se debe.
Ante lo expuesto, volvemos siempre a la eterna controversia: Punta más liviana y más veloz, o punta más pesada tipo ladrillazo?
Bueno, amigos, yo dentro de mi limitada experiencia y conocimientos, me decanto por la segunda opción.
Para eso en mi historial de recarga, tengo la satisfacción de decirles que eternamente anduve buscando nuevas formulas y conjunciones, y que algunas de mis fantásticos y locos inventos, funcionaron bastante bien.
Paso entonces sin más preámbulos a contarles uno que me dio realmente satisfacciones.
El Engendro
Cacho y su carabina.
Hace muchos, muchísimos años, tuve oportunidad de conseguir una pequeña carabina Mauser 7,65 de caballería modelo 1891, la “cortita”, con cerrojo de dos tetones solamente y cargador en hilera visible por delante del guardamonte. ¿Quién no ha visto y admirado alguna?
El caño, visiblemente maltratado a lo largo de los años, estaba oxidado, casi diría craterizado, y de las estrías tenía sólo el recuerdo. El resto, incluído la madera, estaba en estado bastante rescatable.
Con un viejo amigo, el tano de pura cepa, Don Brogiolo, armero de San Pedro que se fue luego a vivir a Africa del Sur –bendito sea él y su destino nómade- le pusimos un cañón recamarado para el .308 que no era nuevo, pero que estaba como si lo fuera. El muy ladino esportizó por cuenta propia la culata, razón por la cual cuando fui a buscarlo no sabía si reir o llorar, ya que del original no tenía ni el recuerdo, pero había quedado tan bella que no tuve mas remedio que perdonar su atrevimiento. Parecía una carabinita .22.
Ahora bien, después de colocarle una mira telescópica Weaver variable de 3 a 7 aumentos si no me falla la memoria, comenzó la muy seria para mí en ese entonces búsqueda de una conjunción pólvora-cartucho que permitiera el tiro de espera de mayor posibilidad.
Mis costumbres venatorias
Siempre fui el loco de la cercanía. Quizá fuera por el hecho de que para mí la aventura de cazar debía ser eso: Una aventura, con sacrificio y riesgo incluído.
Lo más cerca posible. Vencer los sentidos del animal era tan importante como cobrarlo. Nunca me interesó la cantidad de trofeos, pero siempre la calidad del momento de cazar, ese “tête a tête” con una bestia magnífica como el jabalí, es un acontecimiento vital e irrepetible que se desdibuja y opaca cuando se convierte su caza en un tiro al blanco de más de 50 metros de distancia. (Que el respetado Buby Campo y otros muchos deportistas excelentes, partidarios de los 70 y más metros me perdonen)
Y dadas así las cosas, me puse a trabajar sobre hipótesis por demás lógicas. Para ese tiro cercano, necesitaba una punta pesada y contundente. Cuanto más ladrillo, mejor.
La de 220 grains soft de Hornady, larga hasta el asombro, y de nariz muy ñata me pareció excelente. Sólo un detalle desentonaba: No era admisible en el .308. No figuraba en ningún manual de recarga para el calibre en cuestión, ya que no está contemplada en el largo estandar del cartucho… pero, me acordé de que en el 7,65 argentino, en sus versiones más antiguas, existía el tiro así de fábrica. Como no hay mucha diferencia en el volumen de vaina entre los dos cartuchos mencionados, comencé entonces las prácticas de rigor. Me encontré primero que si quería emular al viejo 7,65 debería como primera medida eliminar algunos milímetros de estría en el cañón, para darle el suficiente “Free bore” (vuelo libre) para que la punta no se clavara en el estriado al introducirlo en la recámara. Calisuar de por medio, este inconveniente quedó arreglado.
Metí entonces la punta en la vaina, hasta que quedó introducida firmemente todo a lo largo del cuello, ni una décima más, ya que de esa manera se aprovechaba completamente el espacio interior de la misma, otorgando un plus de volumen que aliviaría notablemente las presiones iniciales de la deflagración.
Ya la cosa iba tomando color. El cartucho terminado era largo. Larguísimo. Tenía por ese entonces una latita de pólvora 4350. Y después de muchas pruebas, con el medidor Chromy llegué a un tiro que a todas luces demostraba una presión en recámara muy manejable, ya que las vainas salían suavemente y sin deformaciones, y los fulminantes tenían todo el aspecto de haber aguantado con holgura y comodidad el disparo.
La velocidad promedio me dio 560 metros por segundo, con una carga de 40.5 grains en vaina belga y encendida con fulminante Rottweil largo rifle Berdan. Una bagatela para los amantes de los calibres mágnum. Pero amigos, un lapidario ladrillazo para quien recibiera esos 220 grains, con su chata nariz que pronto se convertía en un verdadero ariete empujado por el resto del proyectil, que se deformaba como mínimo al doble de su calibre y no conocía impedimentos para avanzar a través de piel, músculos y huesos de cualquier envergadura, logrando una penetración óptima, llegando en algunas oportunidades a atravesar por completo al animal, si no era demasiado corpulento.
Les dejo a los amantes de las exquisiteces matemáticas el cálculo de la energía entregada, de la caída a los 150 metros, del coeficiente balístico, y otras disquisiciones teóricas.
A mí me basta saber que de los que cacé con este “ladrillazo”, ninguno de los jabalíes caminó más de 25 metros posteriores al disparo.
Eso sí: Siempre tiré entre 15 y 40 metros. Podemos hablar de un promedio de 30. Y siempre con buena luna y también –por qué no acotarlo- con mucho frío en las largas esperas nocturnas.
Esto que les conté no muestra nada nuevo bajo el sol. Pero tiene el valor de ser la muestra de lo que fue un engendro propio concebido y nacido en un modestísimo tallercito de recarga, tras muchas pruebas y cavilaciones, quizá dignas del resultado obtenido.
Para aquéllos que tienen sólo pólvora nacional (A 27), les diría que si intentan imitar mi locura, comiencen con 34 grains. No creo que deban agregar mucho más pólvora. Ojo, tengan en cuenta que es bastante más rápida que la 4350. Y por ende, más peligrosa y crítica en la recarga. Por eso es cuestión de ir midiendo la velocidad lograda y así ir modificando la carga poco a poco, observando siempre los menores síntomas de sobrepresión, como son el aspecto del fulminante, facilidad de extracción y/o expansión o estiramiento de la vaina. Mirando eso, con mucho cuidado se puede ir aumentando de ½ grain por prueba, hasta lograr una velocidad que como máximo rondará los 2000 pies, más o menos los 600 metros por segundo, y que es la ideal para el fin propuesto.
Eso sí. Olvídense de tirarle a un animal a los 300 metros. Ni falta que hace… Total, eso no es cazar…
Cacho Cuchi.
Nota del editor: Cazar es un arte, en el cual cuenta, y mucho, la habilidad del cazador para acercarse a su presa sin ser detectado. Disparar desde distancias infinitas, privando de esa manera al animal de valerse de sus sentidos para evitar la muerte es como jugar a los naipes con cartas marcadas. Un acto indigno de un cazador.