El hombre le resulto extraño la somnolencia y el cansancio que lo invadían.
No puede ser, pensó. La noche anterior había descansado bien, hacía una hora que se había levantado, y apenas cinco minutos que estaban volando, y ya estaba cansado.
Trató de concentrase en el paisaje, pero notó que también le dolía la cabeza. Al igual que el cansancio, el dolor había aparecido espontáneamente y sin una causa que lo justificase.
Se le ocurrió pedirle un analgésico a su compañero de viaje, pero desistió de la idea. Entre el ruido del helicóptero y lo reducido de la cabina del mismo, pedir y ponerse a buscar un analgésico sería un problema. Ya se pasaría.
Trató de encontrar un motivo para su estado anímico y físico, y finalmente decidió achacarle el dolor de cabeza al frío reinante a esa altura, que probablemente le afectaba los senos frontales y nasales, y el cansancio y el sueño al ajetreo de los últimos días. Supuso que no era nada grave y que las molestias se irían de la misma manera en que habían comenzado.
Hacía tres días que con su amigo habían arribado a esas lejanas tierras en busca de sus preciados trofeos. Ésta sería la cacería de sus vidas. El primer día lo emplearon en ascender en auto hasta el campamento base, ubicado a 1.500 metros sobre el nivel del mar, y habían estado cazando en las inmediaciones del mismo en los días subsiguientes, pero sin suerte. Todavía hacía demasiado calor en los valles y los animales se mantenían en las cotas más altas, huyendo de los insectos y la canícula.
Finalmente el guía decidió subir hasta la cota de los 3,000 para probar suerte, y para ganar tiempo y conservar energía optaron por hacerlo en el helicóptero. Ninguno de los dos estaba en lo que se denomina en estado físico excepcional. Los cigarrillos y la vida sedentaria de oficina no habían obrado exactamente maravillas sobre ambos.
Al llegar al sitio de destino, una pequeña pradera de altura, sintió que una sensación de angustia lo invadía, cómo una molestia en el pecho, que no era dolor y que no podía definir, pero que estaba allí.
Además notó que debía inspirar con fuerza, ya que de lo contrario sentía que le faltaba el aire. Se preguntó a sí mismo sí sería miedo, pero lo descartó rápidamente; nunca había temido a volar, ni tampoco a las alturas. Para cuando comenzó a tener más dificultades para respirar, acompañadas de una persistente sensación de ahogo, pensó que quizá las cosas no fueran tan simples como hubiese deseado, y que talvez no sería una mala idea comentarlo a los demás antes de que el helicóptero decolara, dejándolos con el guía en la pradera. Eso le salvó la vida.
La decisión del piloto fue automática. Dejó en tierra a sus otros clientes, subió al hombre al helicóptero y buscó el primer hueco entre las montañas que le permitiese descender, apurando la marcha hacia el fondo del valle.
Sabía que sí el caso no era grave, con eso bastaría. De lo contrario tendrían que "hamacarse" hasta llegar al hospital. Tenía que descender al menos hasta los 1.500 metros, dónde estaba seguro que el paciente se repondría. Una vez que se posasen le daría al cazador diez minutos para recuperarse. Sí las cosas no mejoraban ostensiblemente para entonces tendrían que continuar viaje hasta el hospital del pueblo cercano. Para el cazador la cacería acababa de terminar, al menos por el momento.
Lo que acabo de describir más arriba no es ficción, sino la descripción de un cuadro florido, con todos los síntomas y signos de la hipoxia (falta de oxígeno en el aire inspirado) por la altura. Memorice cada uno de ellos, porque pueden salvarle la vida, sobre todo sí UD es un cazador de rececho de esos que gusta de andar solo y por esos lugares olvidados de Dios.
De los tres problemas médicos que más afectan el rendimiento del cazador solitario, y que en ocasiones hasta llegan a hacer peligrar su vida, el mal de montaña es el menos conocido de todos. Los otros dos, la hipotermia, presente aún en climas cálidos, y el agotamiento muscular, a los cuales se les presta poca atención, serán tratadas oportunamente.
La hipoxia, que no es nada más que la disminución de la cantidad de oxígeno que llega a los tejidos, generada en éste caso por la altura, y se la conoce cómo "mal de montaña".
Ésta patología relativamente nueva para los médicos, que aumentó su frecuencia de presentación en el último siglo, apareció junto con los modernos medios de transporte, como los automóviles, y particularmente con los aviones y helicópteros, que permiten subir a grandes altitudes en un lapso de tiempo muy corto. Antes de esto la hipoxia era descripta ocasionalmente, y los casos graves eran más infrecuentes aún, ya que los cambios de altitud a los cuales se veía expuesto el ser humano tomaban lugar en forma progresiva, permitiendo en la mayoría de los casos que el organismo realizase las compensaciones necesarias.
El mecanismo de acción de ésta patología es simple. A nivel del mar la mezcla de gases que respiramos está compuesta en un 21% por oxígeno, gas esencial para la vida, mientras que el 79% restante lo componen otros gases. Pero ésta composición del aire no se mantiene constante en la medida en que ascendemos, disminuyendo el porcentaje de oxígeno, de manera que cuanto más alto escalamos menor "octanaje" tiene el aire inspirado, haciendo que la combustión intra celular comience a fallar.
Sí el ascenso es lento y progresivo, el organismo compensa la disminución del porcentaje del oxígeno aumentando la producción de glóbulos rojos, lo que se denomina poliglobulia compensadora. La misma toma aproximadamente quince días en completarse, siendo éste el mecanismo adptativo que poseemos para lidiar con el problema. Al existir una mayor cantidad de glóbulos rojos circulantes, la sangre aumenta ostensiblemente su capacidad para captar oxígeno y para transportarlo hasta los tejidos, compensando de esa manera la disminución del mismo en el aire inspirado.
Claramente éste no ha sido el caso de nuestro cazador, que acostumbrado a vivir a una altitud de 200 metros ha ascendido hasta los 3.000 en un par de días, de los cuales los últimos 1.500 metros los subió en cuestión de minutos, impidiendo de ésta manera que la repuesta compensadora contase con el tiempo necesario para instaurarse y actuar.
Lo primero que advirtió el cazador fue el sueño, originado por la falta de oxígeno en los tejidos cerebrales.
El cansancio ante pequeños movimientos tiene el mismo origen, falta de oxígeno, pero en éste caso afecta al tejido muscular.
El dolor de cabeza se presenta como resultado de los cambios compensatorios que sufre el sistema cardiovascular (vasodilatación), acompañado por taquicardia (aumento del ritmo cardíaco), la cual produce en ocasiones sensación de angustia.
La falta de aire es producida por el paso de líquido desde los capilares pulmonares hacia el interior de los alvéolos. Es lo mismo que ahogarse, ya que los pequeños sacos respiratorios se llenan de agua que proviene de los vasos.
Estos signos y síntomas pueden presentarse en su totalidad o no, y no necesariamente en el orden en que fueran descriptos, pero lo importante es que ante la presencia de uno de ellos el cazador piense que puede estar enfrentando el inicio de un cuadro de hipoxia, y que en ese caso reaccione en forma acorde, siguiendo el viejo lema de que prevenir es curar. Veremos parte de la prevención y el tratamiento en la próxima entrega. En las subsiguientes trataremos la forma de adquirir u buen estado físico que nos permita combatir el problema, así cómo la nutrición y vestimenta adecuada para aquellos que están planeando una cacería de altura.
Antes vimos la forma en que se desencadena el "mal de montaña" ó hipoxia por altura, y los mecanismos de acción del mismo. Vuelva a leerlos. Entender cómo y porqué sucede esto puede salvarle la vida.
Quizá nos faltó agregar en esa oportunidad, que éste problema suele suscitarse a partir de los 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar y es más frecuente en personas que provienen del llano y están en mal estado físico. Pero eso no es más que una generalidad y el "mal" puede afectar a cualquiera, a diferentes alturas y sin previo aviso.
Inmediatamente antes de ascender, y una vez que se ha comenzado a escalar, hay cosas que pueden hacerse para mejorar nuestras posibilidades de no vernos afectados. Por comenzar descanse bien la jornada previa. La alimentación es crucial, pero esto es algo que veremos más adelante. Nos concentraremos aquí en la prevención y el tratamiento inmediato.
El ascenso debe de ser lento y pausado. Sí es necesario levántese más temprano en caso de que deba de ascender para ubicar a su presa y estar en un determinado lugar antes del alba, cómo es la regla en la montaña. La idea es tardar más en cubrir la distancia, pero hacerlo más lentamente y sin agitarse.
Además moviéndose más despacio podrá ver más a su alrededor, ya que es difícil hacerlo cuando uno debe de pelear para poder respirar. Por otro lado moverse en la montaña puede ser riesgoso. Un motivo más para ser prudente. Y por último, los objetos que se desplazan rápidamente atraen más la atención de las potenciales presas. Resumiendo; muévase despacio que es en su propio beneficio.
Ascender a lomo de equino puede resultar engañoso. Lo que ocurre es que ascendemos más rápido, sin sensación de esfuerzo ni agitarnos, ya que el esfuerzo corre por el cuadrúpedo, y de repente comenzamos con los síntomas. En éste caso el tratamiento es exactamente igual que sí hubiese ascendido a pie.
Ante la presencia de cansancio, sueño, sensación de ahogo y / o cefaleas, la solución obviamente no consiste en descansar, sino en comenzar el descenso en forma inmediata.
Cuanto más tiempo transcurra el paciente sin descender en busca de aire con un mayor porcentaje de oxígeno en el mismo, más se agravará la condición del mismo, mientras que por cada metro que se descienda mejor se sentirá. Lo que se debe de hacer es pedir ayuda sí se está acompañado, sí es posible dar a conocer la posición exacta sobre el terreno por teléfono ó radio, y comenzar el descenso en el acto, mientras aún se está en condiciones de hacerlo. Sí esto no fuese posible, y por cualquier motivo fuese necesario permanecer en el lugar, en ese caso lo aconsejable es restringir el consumo de oxígeno al máximo, lo cual se logra parcialmente manteniendo la calma y restringiendo los movimientos a un mínimo posible.
Sí para descender más rápido es necesario abandonar la cacería y los equipos, hágalo sin dudar. Ésta decisión debe de ser tomada inmediatamente, particularmente si el cazador se halla solo. Es preferible un cazador deshonrado y sin equipo, pero vivo, que no uno con todas las galas pero tieso. En particular para aquellos que luego deben de descenderlo con todos sus petates.
De continuar con el ascenso comienza con lo que se denomina edema pulmonar agudo, en el cual parte de los componentes sólidos de la sangre, más algo de plasma, abandonan los capilares pasando al interior de los alvéolos pulmonares, inundándolos. Esto agrava aún más el proceso de intercambio gaseoso, aumentando la sensación de dificultad respiratoria al alterarse el equilibrio existente entre la delgada capa celular que separa el aire pulmonar de la sangre. En éste caso el paciente puede comenzar a expectorar flema de color asalmonada por la presencia de glóbulos rojos en ella.
En éste punto la situación se torna crítica, y de no parar con el ascenso y comenzar a descender inmediatamente (además de suministrar oxígeno a presión y corticoide EV ó IM), se progresa hacia el coma, daño cerebral irreversible, y posteriormente la muerte.
En la mayoría de los casos, con sólo descender hasta una altitud dónde el paciente siente que puede respirar normalmente, se soluciona el problema.
En los casos más graves, en los cuales la evacuación se ve demorada, hay que recurrir al uso de corticoides por vía endovenosa (EV) ó intramuscular (IM), oxigenoterapia y otras medidas tendientes a compensar la función cardíaca (digitálicos), lo cual requiere de asistencia profesional especializada.
A esta altura del relato es obvio que el tratamiento de emergencia primario constituye en descender inmediatamente ante la presencia de los primeros síntomas. Y que las únicas formas de evitar el problema consisten en ir acostumbrándose gradualmente a alturas mayores, lo cual no siempre es posible, o simplemente evitar los ascensos bruscos, particularmente sí uno proviene de lugares ubicados a escasa altura sobre el nivel del mar, se encuentra por encima de los cuarenta años, en mal estado físico y se es fumador.
Una buena idea es la de llevar una ampolla de corticoides para uso parenteral (IM ó EV) cómo hacen los alpinistas. Sí no se anima a inyectarse en vena, lo cual requiere de más habilidad, aprenda a hacerse un inyectable IM, practicando con una almohada. Cualquier médico puede enseñarle los rudimentos de la técnica, e indicarle en su país cual es el nombre comercial del corticoide que debe de adquirir.
En América del Sur el uso de las hojas de coca (planta de la cual se extrae la cocaína), es común y perfectamente legal, sobre todo en las tierras altas. Los indígenas lo vienen haciendo hace 10.000 años. Se colocan unas hojas en la boca entre la mejilla y la arcada dental superior y se dejan allí con un poco de bicarbonato de sodio en polvo (CO3Na2). La otra manera de consumir la droga es en té, el cual se toma cómo digestivo. En realidad de cualquiera de las dos formas la cantidad de cocaína que se obtiene es ínfima, y sólo tiene un efecto similar al que da una taza de café. Se estima que para obtener un gramo de cocaína pura se necesitarían dos bolsas con hojas del tamaño de las bolsas de trigo de 50 kilos, de modo que no tema. Cómo sea, y en estas cantidades, la coca es un buen estimulante de la función cardíaca y cerebral, de manera que ayuda a minimizar el efecto de la anoxia.
Si bien el mal de montaña no puede ser prevenido con medicamentos, y puede ocurrir aún en personas adaptadas a la altura, ayuda mucho el mantener un buen estado físico, estar bien hidratado y alimentado, y cómo mencionáramos previamente descansar bien y ascender en forma gradual. ¡Buena cacería allá arriba!