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Por mi inclinación hacia la biología, me he pasado buena parte de mi vida tratando de entender la relación entre los animales y el hombre, y en particular aquellos relacionados con la caza mayor. En pocas y contadas ocasiones, y después de mucho esfuerzo, he logrado algún resultado positivo, sin embargo en muchos otros aspectos continuo en penumbras. Entre los enigmas no resueltos, hay uno que me acecha con mayor intensidad; la relación que existe entre la luna y los macarenos. Sí es que hay una, confieso que aún no termino de comprenderla.
¿Realmente la luna influye de alguna manera en el comportamiento de los jabalíes? De existir ésta relación y sí uno lograse descifrarla podríamos establecer con exactitud cual es el mejor momento del mes para montar el aguardo, y por sobre todas las cosas, estaríamos en condiciones de predecir cuando y de que factores depende la entrada de aquellos animales que consideramos como trofeos.
El enigma planteado requiere de más de una respuesta, ya que plantea al menos dos incógnitas; una relacionada con el tiempo, y la otra con las características de los animales en juego.
Predecir sin errores cuando un animal salvaje, y en particular un trofeo, visitará el lugar de la espera es un mito que en los años que lleva girando el mundo no hay quien lo haya logrado, lo cual explica por que aún no conozco a nadie que logre abatir un animal adulto y con grandes defensas cada que vez que se sienta a esperar por uno.
Dicho de otra forma, una cosa es determinar en que período del mes los movimientos del sol y la luna resultarán más favorable para el cazador desde el punto de vista de su visión, otra muy diferente es anticipar cuando los “catedráticos” entrarán al cebadero. Para lo primero tan solo tenemos que consultar las tablas del Servicio Meteorológico local y aplicar un poco de lógica, mientras que para lo segundo, ni Merlín el Mago es capaz de dar pie con bola. Al parecer y hasta el momento, la ciencia de abatir un “colmilludo” se remite a la vieja técnica de prueba y error.
A fin de sistematizar el análisis y para asegurarnos de que todos hablemos el mismo idioma daremos algunas definiciones necesarias. Por acecho nocturno entenderemos aquel que se realiza en forma individual, sin la ayuda de perros o luz artificial, y que básicamente está destinado a la obtención de carne, de un trofeo o a eliminar un animal dañino. Esto connota tres intenciones muy diferentes, ya que separa a la espera en actividades con horarios y técnicas diferentes.
Hasta aquí hemos planteado la incógnita, que está representada por el “cuando” y definido las reglas de juego. Sin embargo aún nos falta algo, y eso es presentar las dificultades que afrontan los cazadores; a saber el tedio, la incomodidad, el frío y la falta de luz.
Suponiendo que hemos resuelto el problema de como pasar la espera cómodamente, al resguardo de miradas indiscretas y de las inclemencias climáticas, y de donde armar nuestro cebadero, y ninguno de estos ítems es un tema menor, para poder disparar en forma certera es imprescindible ver medianamente bien, y reconozcamos que de noche, y aún con un buen visor, esto no siempre resulta posible, a menos que se cuente con la ayuda de la luna. Es a mi entender que alrededor de un hecho tan simple pero poco aceptado, y que por parte del cazador se resume a poder ver, y por parte de la presa a no querer ser visto, que hemos edificado todo un castillo de mitos.
En éste caso puntual es más lógico pensar que la concurrencia o falta de la misma de estos animales a nuestra cita esté determinada por la presencia o ausencia de la luz lunar que por la influencia gravitacional que ésta pueda tener sobre el 70% de agua que compone los organismos animales. Que las mareas suban y bajen por la acción de la luna es una cosa bien probada; pero de allí a tratar de implicar al astro como responsable sobre las variaciones en el apetito, deseo sexual o la sed de un animal, que son los motivos que empleamos para hacerlo concurrir a un cebadero, parece más un pensamiento mágico que algo razonable. Al parecer estas alteraciones en los ritmos biológicos no ocurren, o al menos no lo hacen de forma significativa entre los humanos, lo que hace dudar que ocurran entre los demás animales. Desde mi punta de vista me resulta más sencillo pensar que es la luz, o la falta de la misma, la que afecta el comportamiento de animales y cazadores, e incide de ésta forma sobre los resultados finales, y sobre ésta idea girará la argumentación.
Esto se puede pronosticar con exactitud empleando las tablas con los horarios de entrada y salida del sol y la luna que provee el Servicio Meteorológico de cada región. Estas tablas suelen presentarse en la web bajo el título de “Horarios de salida y entrada del sol y de la luna”.
Parte del secreto para el éxito se encuentra en la relación temporal que existe entre la puesta del sol y la salida de la luna. Cuanto mayor sea la brecha entre estos dos eventos, menos horas de luz tendremos, y por ende menos oportunidades para cazar.
Para evitar inconvenientes la solución pasa por determinar en que días la salida de la luna se produce antes de la puesta del sol, o en cuales ambos movimientos se producen con una deferencia de minutos. En estas condiciones dispondremos de buena luz en forma casi continua, lo que nos permitirá mantenernos en el apostadero un lapso de tiempo más prolongado, dentro del cual podremos disparar bajo condiciones favorables.
Sí por el contrario la brecha entre la puesta del sol y la salida de la luna es importante, las cosas se complican, y uno termina escuchando como los animales se alimentan a nuestras expensas a escasos metros de nuestro apostadero, sin poder dispararles, materia en la que soy todo un experto.
Ahora, de allí a poder aseverar sí los animales se presentarán o no, dentro de que horario, y sí lo hará una piara o un animal adulto solitario, hay un largo camino. Sin embargo, en lo que a horarios se refiere y según el tipo de animal que suele presentarse en cada uno de ellos, se puede aplicar una regla general muy simple, aunque no exacta; las piaras entran al cebadero temprano en la noche, mientras que los adultos solitarios lo hacen en la madrugada, en ocasiones hasta después de la salida del sol. A pesar de sus inexactitudes esta regla es el segundo hecho a tener en cuenta.
Tanto las madres como sus infantes prestan menos importancia a la misma, mientras que los machos viejos le huyen como a la peste. Aplicando ésta norma, y dependiendo de lo que uno desee abatir, ya sea carne o trofeo, ahora tenemos una guía de cuando apostarnos según nuestras pretensiones.
Antes de continuar una advertencia. Hemos dicho que el lapso de tiempo visual útil está determinado por la relación temporal entre los movimientos de ambos astros, la cual resulta un fenómeno variable a lo largo del año, incluso con diferencias notorias en cuanto a la intensidad de luz que emiten dentro del mes, como en el caso de la luna con su ciclo. Por éste motivo es necesario hacer los cálculos mes a mes.
Durante una mitad del año, el sol sale cada día un minuto más tarde y se pone uno más temprano (verano, otoño) Luego, esto se invierte (invierno, primavera), mientras que, agrandes rasgos, la luna sale y se pone durante parte de cada ciclo mensual cada día unos minutos más tarde, para luego desaparecer durante la noche.
Sí bien esto es una complicación, pues por un lado para poder planear sobre seguro nos obliga a recurrir a las tablas del Servicio Meteorológico, por el otro nos está señalando claramente cuando dispondremos de las mejores condiciones de luz para cada tipo de cacería (carne o trofeo)
De todo esto concluimos que durante aquellos días del ciclo que corresponden a la luna creciente y la primera mitad de la luna llena, cuando la luna aparece en el firmamento con el sol aún en lo alto, las condiciones de luz son las ideales para apostarse a esperar por carne, ya que la piara, compuesta por madres y animales jóvenes, suele presentarse en los cebaderos temprano, inclusive con luz de día.
Resumiendo, la segunda mitad de la luna creciente, y la primera de la llena son ideales para apostarse temprano y a por carne. Para montarle una espera a los “otros”, a los que queremos lucir en la pared, tendremos que apostarnos más tarde y hacerles el aguante hasta la mañana siguiente, y para ello la segunda mitad de la luna llena, y la primera de la menguante son los períodos más indicados.
Lo dicho hasta aquí se aplica para aquel que desee cazar bajo las reglas de fair play, las cuales como toda regla tiene sus excepciones que la confirman. Los animales dañinos son la primera, mientras que en los lugares donde el jabalí es considerado como una plaga, y se lo desea erradicar, constituye la segunda excepción.
Además de lo descrito hasta aquí con referencia al empleo de la luna como ayuda visual, el empleo de faroles es una alternativa válida, siempre y cuando la ley lo permita y los animales no reaccionen negativamente a la luz de estos artefactos.
En mi experiencia los menos sensibles a la luz artificial resultan ser también el grupo de madres y animales jóvenes. No ocurre así con los guarros viejos, a los que parecería ser que hasta la luz de una vela es algo que les molesta o los asusta, aunque en ocasiones un farol con un filtro rojo ha dado buenos resultados.
Una teoría no comprobada, aunque factible, es que estos animales, desconfiados como son, se asustarían de la sombra que genera repentinamente su cuerpo al ser alumbrados, lo cual es factible. También podría ser que, al igual que con los cérvidos, su visión para la longitud de onda del rojo sea defectuosa, pero esto tampoco está confirmado aún por estudios anátomo patológicos de la retina.
Bien, no le aseguro que siguiendo las reglas y recomendaciones generales expuestas hasta aquí lo suyo sea de aquí en más una vida de éxitos cinegéticos espectaculares, pero al menos ahora cuenta con un lineamiento general para ir experimentando. Suerte y déjenos saber como le va.