Después de algunos años de practicar esta noble actividad de cazador, y sobre todo de conservacionista a ultranza, nos asalta el deseo de escribir alguna aventura o aquel lance venatorio que nos parece importante o memorable. Texto y fotografías de Jorge Fernández.

A principios del corriente año tuve la suerte de conocer una gran persona, cuyo campo, ubicado en puro monte pampeano y rico en fauna silvestre, hizo que me decidiera a emprender en el mismo las salidas de caza planeadas para el presente invierno 2007, (frío como hacía mucho tiempo que no nos tocaba vivir). Me propuse, entonces, intentar con la ayuda de la suerte y toda nuestra experiencia recolectada en lances anteriores, la caza de un chancho jabalí de importancia.

La caza de nuestro jabalí es quizá la más emocionante y deportiva que podemos realizar. Los ejemplares adultos son astutos, desconfiados, y particularmente precavidos ante la presencia del animal humano, lo que torna esta cacería más trabajosa y difícil.

Me viene a la memoria haber leído aquella frase de los cazadores ingleses del África de principios de siglo XX que decía; “la caza debe ser un fifty-fifty, cincuenta por ciento de probabilidades de abatir la presa y cincuenta por ciento de que la misma nos embista o escape”

Habiendo hecho el contacto necesario con el dueño del campo, que se encuentra ubicado en nuestra querida provincia de La Pampa, a unos 65 kilómetros de Gral. Acha, fuimos en busca de un buen trofeo en la luna de Mayo (“solo cazarás por trofeo, carne o en defensa”). Al día siguiente, y luego de una noche de primer apostada amenizada solamente con la presencia de algunos cachorros, nos dedicamos a recorrer los apostaderos en horas de la mañana con el fin de levantar rastros de posibles trofeos, y sucedió que San Huberto nos brindó la posibilidad de ver un hermoso ejemplar que, dado su tamaño, nos pareció un gran padrillo.

Lamentablemente lo vimos cruzar una picada a unos 300 metros de donde nos habíamos detenido, por lo que a pesar de un largo rodeo de acercamiento que realicé a pie por dentro del monte, no pude dar con el. Mi compañero de cacería lo bautizó “Nicolás” por su singularidad, y realmente nos impresionó por su corpulencia y majestuosidad.

A partir de esa noche me aposté en el tajamar adonde suponíamos bajaba, alentados por la pisada que dejaba impresa en el barro.

Pero en esa luna no se hizo ver más y hubo que emprender el regreso a la civilización y a continuar con nuestras actividades.

Entonces, en la siguiente luna llena (Junio) repetí la misma “apostada” todas las noches, y ahí pude apreciarlo mas de cerca, pero no obstante todo lo que logré fue apenas verlo pasar. A paso rápido aparecía en dirección al norte a eso de las 21.00 horas y luego pasaba de vuelta tipo 22.30/23.00, pero en sentido contrario, (de ahí que con Carlos, el dueño del campo, y mis compañeros de cacería decidimos bautizarlo “el expreso” como si fuera el colectivo que unía la localidad de Puelches con Gral. Acha, pero con la velocidad con que lo hacía, era un “colectivo expreso”)

Daba gusto observar su rutina. Apenas si entraba al lote alambrado que rodea un tajamar con el apostadero instalado sobre un gran caldén, y cuando lo hacía, siempre era a través de un montecito de jarillas que lógicamente le daba cobertura y protección. Llegaba hasta donde había un cebadero de maíz, pero no hacia mas que una pasada rápida, casi al trote, desconfiando de todo, silencioso por demás, tanto es así que por ahí me sorprendía su figura oscura e imponente, contrastando con los pastos blancos por las heladas que bordeaban el claro. “Aparecía de la nada”, y se retiraba instantáneamente sin darme tiempo a colocar un buen tiro (ya que nunca debemos tirar si no tenemos la certeza de un buen impacto).

Y así transcurrieron los días de la luna creciente del mes de Junio, conformándome con ver las huellas nomás, que eran grandes. Deseo destacar que el cartucho de la fotgrafía empleado para comparar la huella de Nicolás es el de un .45-70 Remington, y no uno del .22 L.R

(Considero conveniente cazar en cuarto creciente, antes del plenilunio, ya que con luna llena, tanta luminosidad hace que los padrillos viejos se muevan con más recelo y descubran nuestra presencia)

Por fin volví al campo en el mes de Julio, aprovechando la luna creciente que prometía noches despejadas y luminosas, y nuevamente repetí todos los movimientos en el mismo apostadero, observando los mismos horarios de aguardo. Un sentimiento de emoción y misterio me invadía todas las noches, hasta que al tercer día se me presentó.

Me había apostado alrededor de las 6 de la tarde, todavía con luz natural como para poder ver y distinguir claramente el entorno del apostadero, así nuestra mente recuerda las matas, bultos, troncos y árboles que más tarde, de noche y con el cansancio de las horas o la ansiedad de cazar nos pueden confundir al punto de hacernos ver lo que no existe. ¡Sí, aunque usted no lo crea amigo lector una vez un cazador apostado dijo ver un oso, y eso que había tomado solamente unos mates!

Tengo por costumbre hacer la espera en completo silencio, casi inmóvil, generalmente con dos rifles;

Llevo un doble calibre 45/70 Government que me hice armar con una báscula de escopeta inglesa marca Cogswell & Harrison, monogatillo con alza librito y guión con inserto de marfil, (“una preciosura” como dicen mis amigos al verlo), al que le pongo una recarga que preparo con puntas Remington de 300 grains tipo JHP. De esa manera el “engendro” agrupa dentro de dos pulgadas a cincuenta metros, y con él aguardo mientras haya buena luz. Luego, con la caída del sol lo dejo de lado y lo reemplazo con un Brno 375 H & H provisto con una mira de 6 X 42, (hasta ahora suficiente para mi vista)

Entonces, cuando me encontraba profundamente compenetrado en el misterio y el encanto que tiene el monte pampeano, “ordenando mis pensamientos” como decía mi cuñado, veo una sombra que se movía cautelosamente, era “el expreso” que hacia su entrada

Mi reloj indicaba las 21 horas. Hizo su aparición por el mismo rincón del tajamar que lo había hecho otras veces; silencioso, desconfiado. Se me representó alto, flaco, grande la “jeta” y oscuro el pelaje. Toda una estampa.

Llega al cebadero, apenas hecha un par de bocados y levanta la cabeza como presintiendo la presencia de alguien o de algo extraño. Tanto es así que no se detenía, caminaba despacio y hociqueando, ¿será que nos ven?, (yo creo que si)

Bueno, centré la mira en su paleta derecha y toqué el gatillo suavemente. Rugió el .375 H & H con su punta Sierra Game King de 300 grains. El impacto fue pleno, y no obstante con notoria dificultad corrió casi quince metros, cortando un alambre en su huida, para caer finalmente fuera del tajamar sin emitir ni un gemido.

¿Sería el grande?, me preguntaba mientras esperaba la camioneta de Julián, mi compañero de cacería, que me vendría a buscar para cenar y luego apostarnos otro rato, si es que la suerte no nos favorecía en el primer turno.

Y así fue nomás, ¡era el grande! Lo colgamos y aviamos esa noche y luego… a brindar con un buen vino.

Al otro día con la luz pudimos apreciar claramente su fiereza: Viejas cicatrices en el lomo y una oreja desflecada eran la prueba de feroces combates con sus rivales. Su pelaje tordillo y la coraza que envuelve la cruz debajo de esas duras crines nos indicaba la edad de un padrillo cuyo liderazgo tocaba a su fin. Estaba flaco porque el celo de sus hembras lo tenían seguramente a mal traer, y los colmillos, aunque gastados, dieron la respetable medida de veintidós centímetros.

Y aquí es donde sostengo con muchos otros cazadores, que saben mas que yo, que quizá tan importante como el largo de las defensas es todo el conjunto del animal, digamos su aspecto, tamaño de cabeza, lomo curvado, grosor y color de las cerdas, la famosa “coraza” que se le forma como un manto sobre la cruz, como decía antes su aspecto “fiero”, y ni que hablar si tiene visibles cicatrices de peleas, prueba irrefutable de combates con sus pares.

Cuereando y haciendo la “autopsia de rigor”, vimos que el tiro fue limpio y contundente, tanto es así que el corazón estaba virtualmente molido. ¡Que animales fuertes y duros son!, algo que nunca me canso de repetir. Pensar que con ése impacto caminó más de una decena de metros. El “Expreso” había caído dignamente, como un gran guerrero en el monte pampeano.'

El autor con "la pilcha" de Nicolás.

por Daniel Stilmann