Se aproxima la apertura de la temporada del caza mayor, lo que significa tener que desempolvar nuestras habilidades para el rececho, incluyendo ese solo disparo que debe de ser emplazado con absoluta precisión, como para que cuente sin dejar dudas. Esto último es algo que no siempre ocurre, en cuyo caso invariablemente se termina rastreando.
Cazar es como pescar. En realidad la pesca es una forma de caza, que se lleva a cabo con cordel y anzuelo. Tanto en una como otra modalidad, y para proveernos de las proteínas básicas de cada día, lo que se hace es primero dar con la presa, y luego atraparla, o al menos hacer el intento.
Pero a diferencia con la pesca, en la caza no se da tal cosa como la “caza con devolución”, ya que una vez que el plomo perforó piel, y salvo en honrosas excepciones, no hay posibilidades de dar marcha atrás. Aún así, en la caza suele darse una situación particularmente desagradable, algo así como una “devolución forzada y sin sentido”, que es cuando una res herida no puede ser recuperada, algo intolerable para el cazador cabal.
Como se dijo, la única forma de evitar caer en uno de estos lamentables episodios es disparando bien, o en su defecto, y en forma de compensación, siendo extremadamente eficaz en la recuperación de animales heridos, actividad que requiere solo dos cosas; mucho tesón y habilidad.
La primera de estas dos características, la perseverancia, es algo relacionado con la personalidad de cada uno de nosotros que no sabría como enseñarle, y que por ende tendrá que adquirir por sí solo. En cuanto a la segunda particularidad, la habilidad para rastrear, es algo que se aprende, y de ello hablaremos.
A grandes rasgos hay dos tipos de rastreos (se describen más adelante), y de los tres elementos que se emplean durante el mismo, las huellas, los rastros y los signos, los dos primeros son los de uso más frecuente, ya que los signos son algo que se puede observar solamente durante una fracción de segundo, a través del visor, y que hay que ser muy ducho para lograr observar, recordar con exactitud e interpretar posteriormente.
De forma arbitraria pero con el propósito de ordenar el tema, llamaremos huellas a los diseños impresos en la tierra por las extremidades de los animales, barro y pelos en una alambrada, o a sus deposiciones, mientras que calificaremos de rastros a elementos tales como una gota de sangre, una rama rota, o los restos de contenido abdominal que se halla perdido por una herida de bala, mientras que por signos incluiremos a una cojera al andar (defecto de locomoción por trauma) o a un determinado movimiento reflejo generado por parte de la presa al momento del impacto.
Los primeros se utilizan para determinar la presencia de potenciales presas en el área; los segundos durante la persecución del animal herido (rastreo y recuperación)
Esta alambrada y el sendero impreso por debajo constituyen un buen rastro.
A grandes rasgos las huellas quedan en la tierra o en alambrados y postes, los rastros se dejan sobre la tierra y la maleza y la vegetación circundante, y los signos se observan en la presa. También se dice que un animal sano puede dejar huellas, y que más raramente dejará rastros o mostrará signos.
De las huellas es fundamental poder reconocer la que deja tras de si cada especie animal, saber interpretar y conocer el valor que nos da su profundidad, ancho y longitud, saber si esa huella corresponde a una mano o una pata, sí la misma es la derecha o la izquierda, y sí el animal va al paso o al galope, etc.
Además de esto es preciso ser capaz de interpretar esa información dentro del contexto de lo que está sucediendo y en que momento del año se lleva a cabo, particularmente sí esa huella está acompañada de otras, (piara o manada) o pertenece a un animal solitario.
En cuanto a los rastros, que es lo que nos ocupará de aquí en más, uno debe saber donde buscar una gota de sangre, reconocer por su color sí la misma es venosa o arterial, poder deducir mediante el lugar y a la altura a la que se la encontró sobre la vegetación circundante a que región de la anatomía del animal se produjo la herida, así como poder reconocer contenido abdominal teñido o no con sangre, ramas rotas recientemente, un sendero fresco que se aparta bruscamente de un sendero principal y que apenas se intuye, piedras recientemente dadas vueltas que nos indiquen una dirección de escape, saber reconocer por su color a que parte del animal pertenecen los pelos hallados junto a la sangre y alguna otra cosa más que por el momento se me escapa (pero a la cual eventualmente llegaremos), como el rastro longitudinal que en ocasiones deja un miembro que se arrastra sobre la tierra.
Según la región y órganos afectados, éste puede pararse sobre sus patas, levantando las dos manos (impacto torácico), hacerlo sobre sus manos y cocear (impacto abdominal medio o posterior), saltar hacia arriba con las cuatro extremidades rígidas y el lomo arqueado (lesión cardiaca), o simplemente arquear el lomo (herida abdominal anterior). Cada uno de estos reflejos no indica con absoluta en que lugar de la anatomía del animal se produjo la lesión, y para cada una de estas lesiones hay una conducta determinada, un protocolo sí así desea llamarlo, a seguir.
Como dato práctico, una forma de entrenar el ojo para que sea capaz de captar estos reflejos, que solo duran fracciones de segundo, es mirando en forma repetida algunos de los videos de cacerías que en la actualidad son tan abundantes. En ellos no solamente pueden verse estas reacciones por parte del animal; en muchos de ellos es posible constatar donde está situada la herida cuando se lo recupera.
Otro signo importante a observar, que se aprecia a simple vista, es cualquier defecto en la locomoción (cojera), ya que según si afecta las extremidades anteriores o posteriores produce una disfunción muscular que le impide respectivamente al animal descender o escalar, dato que resulta de gran valía al momento de comenzar la búsqueda.
Es la suma de toda esta información, recogida e interpretada antes de iniciar la búsqueda, las que nos permitirá rastrear con altas posibilidades de salir airosos en la intentona, y lo que es más, localizar al animal en corto plazo, otro factor de suma importancia si lo que se desea es salvar la carne del mismo para consumo humano.
La primera de ellas consiste en tomar como punto de referencia algún accidente geográfico que luego podamos emplear para reconocer sin dudas el lugar sobre el cual se encontraba el animal al momento del disparo, también conocido como punto cero, o punto de arranque. Ese será nuestro lugar de partida y resulta crucial determinarlo correctamente.
Luego es preciso observar y recordar la reacción del animal antes, durante e inmediatamente después del impacto, incluyendo su dirección inicial de fuga. Según la herida sea torácica, abdominal o de los miembros, la espera antes de abandonar el lugar desde donde disparamos y comenzar la recuperación será de diez minutos, tres, o seis horas respectivamente.
Luego de la espera, que se llevará a cabo en silencio, inmóvil y oculto de la presa, hay que encaminarse hasta el lugar que tomamos como referencia y comenzar a buscar rastros tratando de alterar lo menos posible el lugar, teniendo particular cuidado en donde pisamos.
Sí es posible se clavará en ese lugar una estaca alta con un pañuelo en la punta para que nos permita individualizar la locación desde lejos sin tener que retornar a la misma, permitiéndonos orientarnos en el campo con respecto al punto de arranque.
Sí luego de varios intentos siguiendo estos rastros no se da con la presa, lo que se debe hacer es retornar al punto “cero” y comenzar a buscar en círculos, aumentando progresivamente el radio de los mismos.
Hasta aquí hemos visto someramente como se desarrolla la técnica de recuperación. El tema es muy vasto y carecemos el espacio necesario para hacerlo ahora, por lo que será ampliado oportunamente y en notas sucesivas.