Breve historia de la estupidez humana en su búsqueda por el stopping power perfecto, y los múltiples motivos para sus miserables fracasos.
Texto: Daniel Stilmann. Fotografías: Carlo Coto.
La historia de la insensatez humana está llena de ejemplos notorios. La búsqueda del poder de detención, y su relación con la quimera de la alta velocidad y la del peso bruto es uno de ellos.
Desde el empleo de los primeros proyectiles por nuestros antepasados, presumiblemente palos, piedras y cuanta basura caía al alcance de sus manos, comprendimos que cuanto mayor era la velocidad que podíamos imprimirles, mayor era su alcance y que, cuanto más grandes eran estos objetos, mejores eran los resultados obtenidos.
Supongo que allí comenzaron los primeros debates sobre lo que luego denominaríamos balística. Poco tardamos en comprender algunos detalles sin mayor importancia. Por ejemplo, que una piedra de 8 kilogramos requiere del empleo de cantidades muy considerables de fuerza si se desea emplearla como arma ofensiva a una distancia razonable.
De habernos quedado en con nuestros primeros palos y piedras, y de no haber sido tan ambiciosos algunos de nuestros ilustres ancestros cazadores no nos hubiesen abandonado tan temprano en sus vidas, dejando inconclusas sus investigaciones sobre balística, y los sobrevivientes no nos hubiésemos visto sometidos a tantas torturas filosóficas posteriores. Pero el hombre es curioso, y es precisamente es esa curiosidad lo que en ocasiones lo mata.
Pasemos por alto invenciones como la lanza, el arco y flecha y la catapulta, para concentrarnos en los hechos recientes. Estos artefactos novedosos no fueron mas que variaciones para resolver, de una manera u otra, la vieja disputa entre la gracia de la velocidad y la fuerza bruta del peso del proyectil.
Con la aparición de las armas de fuego, la investigación empírica sobre balística se transformó en ciencia, dividiendo a los estudiosos definitivamente, y de manera irreconciliable, en dos escuelas. Por un lado los devotos de la Santa Velocidad; por el otro los fieles a don Peso Bruto. Einstein no ayudo mucho al respecto. Con su teoría sobre la Energia, los argumentos se volvieron más encontrados aún, sí es que esto fuera posible. Definitivamente la fórmula, al emplear la velocidad al cuadrado, daba un mayor valor teórico a éste parámetro, inclinando la balanza, al menos en lápiz y papel, hacia el lado de los fanáticos de la velocidad.
Según esta fórmula, la energía en la boca del cañón de una punta de 55 grains calibre .223, es igual que la de una de .45-70 Government, con sus obsoletos y lentos "corchos" de 400 grains. Pronto estos argumentos llevaron a los seguidores de la Santa Velocidad a la impostergable necesidad de cumplir con su destino histórico; demostrarle al mundo su validez en el terreno. Armados con estas maravillas de la alta velocidad en calibre .22, partieron como caballeros en cruzada a enfrentar animales grandes y con escaso sentido del humor. Marcharon en hordas, llenos de ilusiones hacia los bosques, para asombro de sus presas.
Éstas, al salir de la sorpresa inicial por las pequeñas molestias sufridas en carne propia, pasaron rápidamente del desconcierto al éxtasis de la revancha, procediendo a atizar a sus torturadores y haciendo caso omiso de las nobles motivaciones científicas que los motivaban.
Los resultados obtenidos fueron muchos y de diferentes índoles. La Honorable Sociedad de Monteros los recopiló en gruesos tomos. Hubo demostraciones de dolor entre los deudos de aquellos cruzados que pasaron a la posteridad, las loas a la velocidad cesaron, las pruebas se suspendieron hasta nuevo aviso y las ventas del venerable .45-70 repuntaron misteriosamente. La cordura volvió a reinar entre los cazadores.
Estos episodios desafortunados se repitieron varias veces a lo largo de la historia moderna de las armas de fuego. Básicamente se suscitaban con cada nueva generación de avances tecnológicos en materia de balística; ya fuese a expensas del incremento en la velocidad o de cambios en alguno de los parámetros de los proyectiles.
¿Pero, porqué ocurrió todo esto? En parte debido a que no se entendían bien los factores de los cuales depende el poder de detención y en parte por que la velocidad, que era tomada como un sinónimo del mismo, resultó ser solo un gran argumento de ventas para las fábricas de armas.
Dentro de la compleja maraña de variables a contemplar y necesarias para poder detener un animal dentro de un lapso de tiempo prudencial, y sin sufrimientos innecesarios para el cazador y la presa, se confundían las funciones que tenían la velocidad y el peso sobre la penetración, expansión y detención.
Por un lado todos concordaban que las velocidades altas extendían el alcance de la munición, y en algunas ocasiones favorecían su penetración. Por el otro aceptaban sin cuestionarse, que a mayor peso se perdía parte del alcance, lo cual es sólo una verdad a medias. Nadie tenía muy claro de que dependía ese famoso poder de detención o stopping power. Pero la Sociedad de Monteros quería todo; alcance, penetración y parada. El Comité Científico de dicha Comunidad puso sus mejores cerebros a cargo de los programas de investigación y desarrollo. Es justo, pero no por ello menos lamentable, reconocer que dicho comité nunca ganó premio alguno.
¿Cómo fue que llegamos a esta lamentable situación? Para finales de 1800, y con las modestas velocidades de la pólvora negra, ya no quedaban animales que no pudiesen ser abatidos en forma efectiva y en serie. La formula era simple. Se vertía media libra de pólvora por la boca del arma y se la taponaba con tanto plomo como se pudiese conseguir.
Pero el empleo de ésta pólvora primitiva significaba atenerse a bajas velocidades, sobre todo por el tamaño y peso de los proyectiles empleados, semejantes a globos terráqueos en miniatura. Esto obligaba a los cazadores a utilizar cañones de hombro, pesados y con un retroceso vicioso. Los curanderos de la época hicieron fortunas vendiendo aceites y ungüentos varios para calmar dolores de hombro.
Por un tiempo las cosas marcharon bien y la comunidad de cazadores se vio librada de partidas inesperadas o prematuras de sus miembros, aunque la artrosis severa del hombro hizo sus estragos. Todo parecía indicar que se había logrado la perfección, aunque a costa de "esos mínimos inconvenientes óseos". Fue por éste último motivo que se decidió mantener al Comité Científico y su laboratorio de balística en actividad, que en dicha oportunidad solo logro probar que la búsqueda de la perfección no es mas que otra de las imperfecciones humanas.
Fueron las nuevas pólvoras sin humo las que alteraron el precioso equilibrio alcanzado. Las mismas permitían alcanzar velocidades desconocidas hasta entonces, haciendo posible el uso de proyectiles más livianos y de mayor alcance, sin tener que recurrir a los pesados rifles dobles y otros artilugios de la época. Más de un hombro sensible al retroceso se vio favorecido por el cambio y, mientras se mantuvieron los pesos de las puntas en valores razonables, no hubo que lamentar muchas bajas entre Los Monteros.
Pero algunos estudiosos comenzaron a notar pequeñas fallas aquí y allá. Los primeros informes (alarmantes) sobre armas recamaradas para cartuchos capaces de detener en seco la carga de un elefante, indicaban que en ocasiones parecían ejercer poco efecto sobre animales más pequeños y de piel fina, como leones y otros felinos. ¿Porqué, se preguntaron en el Comité, lanzando puntas de buen peso a velocidades altas, no logramos detener a estas bestias?
En el nuevo proceso de aprendizaje e investigación de campo se perdieron algunos camaradas de armas más. Mientras tanto, el anhelado stopping power de 100% no terminaba de aparecer.
Encerrados en su disyuntiva entre el peso o la velocidad, e incapaces de buscar por otros lados la repuesta, nuestros ilustres antepasados de la Comisión volvieron a la carga con la velocidad, para lo cual decidieron reducir más aún los pesos de sus proyectiles. Muchos cazadores tuvieron que suspender sus cacerías para asistir a una nueva ronda de velatorios.
Hasta que alguien comenzó a prestar atención en la construcción de las puntas utilizadas. Rápidamente descubrieron, pagando el precio ya usual, en forma de adiós a los camaradas, que
Todo esto en distintas medidas, según la resistencia de las presas. Y que esas funciones dependían a la vez de la dureza y construcción de las puntas, y de la velocidad que lograban imprimirle a las mismas. Fueron los años de duda entre que era preferible, si la expansión o la penetración, ya que no era posible obtener una sin deteriorar severamente a la otra.
Si las balas de plomo a altas velocidades no sirven pues se desintegran al contacto razonaron, pues encamisémoslas en acero. Y encamisarlas fue lo que procedieron a hacer.
Los primeros resultados dieron nuevas esperanzas a los cazadores, que ahora podían detener animales de piel voluminosa como los búfalos, a los cuales alcanzaban en lo más profundo de su anatomía, afectando sus órganos nobles. Pero los grandes gatos, a menos que fuesen alcanzados en alguna parte de su sistema nervioso, continuaron con la desagradable y poco deportiva costumbre de maltratar a los cazadores. Rápidamente se procedió a corregir el error de la sobre penetración y aparecieron las puntas con nariz de plomo al descubierto, también llamadas expansivas o deportivas. Las cuales funcionaron bien con los gatos, empleándolas a cortas distancias y velocidades moderadas. Pero no con los mastodontes. Simplemente se deformaban en su piel, sin llegar mas lejos.
A esto se le agregaba el detalle que a grandes distancias, dónde la velocidad desciende en forma considerable, estas puntas "blandas" podían no expandir, con lo cual la presa huía y era preciso rastrearla, lo cual indefectiblemente terminaba en algunas ocasiones en un quítame de allí las pajas. Y que a veces, a cortas distancias y a toda velocidad, estas puntas estallaban al contacto, lo que también causo más de un altercado con lesiones mutuas entre cazador y presa. El desconsuelo entre los miembros de la Sociedad fue tal, que muchos pidieron su baja como socios y abandonaron las armas.
Nuevas investigaciones aportaron nuevos resultados. Buenos, y de los otros. Se trabajo febrilmente día y noche, variando el espesor de las camisas, la dureza del núcleo y hasta se llegó a dividir al mismo en dos secciones, separadas entre sí por un tabique transversal. Las estadísticas mejoraron, pero no en un 100%.
Éste período de investigación y desarrollo, que duró aproximadamente de 1920 hasta 1980, estuvo jalonado por inventos notables. Durante él mismo aparecieron puntas como las de Sierra, Speer, Nosler, Norma y muchas otras.
Las mismas podían ser utilizadas sobre animales peligrosos y no peligrosos, de piel fina o gruesa, a cortas y largas distancias, y así sucesivamente hasta agotar las posibilidades. Todas éstas puntas, extremadamente eficientes pero altamente selectivas, crearon una nueva serie de problemas. Al ser tan especificas en sus funciones terminaron encasillando al cazador en situaciones en que la presa que se presentaba no era la ideal para la punta que portaba en su arma, por ser mayor, más agresiva de lo pensado o por cualquier otro motivo. Volvieron a suscitarse los lamentables problemas de antaño.
La disyuntiva no era ya entre velocidad o peso, sino entre que punta seleccionar. Ante una oferta tan grande, no era posible escoger el proyectil adecuado sin saber exactamente de antemano qué tipo de presa y a qué distancia uno debería enfrentarla. Lo que equivalía a poder adivinar el futuro, razón por la cual las compañías aseguradoras, que son capaces de apostar a cualquier cosa menos en la bola de cristal, decidieron aumentar el precio de las primas de los seguros de vida para los cazadores.
Finalmente, a mediados de 1980 aparecen las primeras puntas sólidas, torneadas a partir de un solo material. Destinadas en sus comienzos para los animales de piel gruesay peligrosos, demostraron ser insuperables. Pero no podían ser aplicadas a aquellos animales de piel fina, peligrosos o no, ya que por su excesiva penetración y escasa o nula expansión, carecían de stopping power. Las presas continuaban huyendo o dando batalla. Hasta que a alguien (Barnes) se le ocurrió taladrar un pequeño orificio en una punta sólida, transformándolas en lo que la Saciedad en pleno decidió llamar "El Milagro".
El resultado fue un proyectil de muy buena penetración, capaz de expandir a cualquier rango de velocidad, con una retención de peso de entre el 95 y 100%, una nariz aguda ideal para lograr trayectorias casi rectilíneas y una densidad seccional alta. Y por sobre todas las cosas, factibles de ser empleadas sobre cualquier tipo de animal, sin distinción de piel, tamaño o sentido del humor. La Honorable Sociedad de Monteros, y sus múltiples viudas, podía finalmente descansar en paz. Lo habían conseguido. El comité de investigación decidió disolverse, a falta de objetivos concretos en la materia.
Estas puntas, hasta hace poco, eran consideradas como las ideales. Hasta hace poco, como mencionara antes. Ya no lo son. La tregua solo duro 20 años. Todos sabemos que las cosas buenas duran poco y que siempre aparecerá alguno dispuesto a escupir sobre el fuego del asado. Se rumorea por allí que ya está en las fases finales de investigación un sistema capaz de hacer volar un proyectil a mas de 6.500 metros por segundo. Esto por supuesto, nos devuelve a los inicios de la discusión original: ¿peso o velocidad?
Justo ahora, que la Sociedad ya pensaba tener el problema finalmente cocinado. Indudablemente el mundo es un lugar que gira sobre un mismo circulo vicioso, y acabamos de cerrar uno más. Estamos nuevamente en foja cero.
Muchos de nosotros hemos comenzado a preguntarnos nuevamente, y no sin cierto temor, sí no estaremos a las puertas de una renovada y temible era de investigación balística. Y sí es así, ¿a cuantas otras despedidas de amigos tendremos que acudir? Los primeros telegramas para convocar al Honorable Comité de Investigación ya han sido cursados. Por mi parte ayer envié a la tintorería el único traje oscuro y corbata negra que poseo. Por las dudas.