En más de una ocasión los detractores de la caza tratan a los cazadores de "depredadores", sin comprender que eso es lo que los humanos somos por naturaleza. Texto: Daniel Stilmann.
Entender el por que de éste comportamiento tan viejo como la raza humana es crucial para entendernos a nosotros mismos.
¿Los humanos depredemos por elección, mandato genético, oportunidad, o placer? ¿Podremos acaso dejar de hacerlo y, si así fuese, como incidiría en nosotros?
Las respuestas a las primeras preguntas se hallan en nuestro pasado, mientras que las dos últimas, sobre la conveniencia o no de dejar de depredar y su incidencia en el futuro humano quizá deba esperar a que completemos nuestra evolución como especie animal, lo cual se estima que ocurrirá dentro de unos 4,5 millones de años más o menos.
Nuestros antecesores, los homínidos, eran más monos que humanos y básicamente herbívoros. Pero algunos de ellos se habrían adaptado a comer moderadas cantidades de proteínas para mejorar su dieta, o simplemente por gusto. Y fue esta pequeña diferencia en la alimentación de estos grupos la que determino la prosperidad de unos y el ocaso de otros. ¿Cómo sabemos estos?
Fue el esqueleto de Lucy, una homínida que vivió hace 2,5 millones de años, que nos enseñó que estos seres eran bajos, con un gran abdomen y que poseían una capacidad cerebral inferior a la nuestra. Medían alrededor de un metro de estatura y su masa cerebral alcanzaba escasamente los mil centímetros cúbicos. Sabemos también que eran presa fácil de los depredadores de turno.
La forma globulosa de su abdomen nos habla de un largo intestino, necesario para digerir hierbas. Este órgano estaba adaptado a la digestión de las mismas, las que requieren de un metabolismo más prolongado y complejo que el requerido para la absorción de proteínas. Un proceso poco eficiente como conversor de carbohidratos en materia proteica, que no les permitió desarrollar una mayor capacidad cerebral y masa muscular por falta de ese elemento crucial.
Pero Lucy no fue la única especie de homínido que en aquellos tiempos habitaba el África. Había otros, y entre ellos uno cuya preferencia alimentaria estaba orientada hacia las proteínas, sin desdeñar las hierbas y frutas. Este era un animal carroñero, que se alimentaba de lo que lograba robar de otros depredadores. Se lo denominó Homo Ergaster.
Al alimentarse de proteínas, su intestino perdió parte de la longitud original, lo cual derivó en varios cambios notorios. Primero, al reducirse el tamaño de este órgano y disponer de materia prima proteica, pudo hacer crecer el cerebro. Además, al disminuir la masa intestinal su figura se volvió más esbelta, reduciendo la circunferencia abdominal y estirándose a lo largo, haciéndolo más eficiente en su tarea y difícil de ser depredado por otros animales.
Hasta ese momento éste sujeto era un carroñero, un depredador generalista o no especializado. El equivalente de la hiena. Poco a poco, gracias a su capacidad intelectual comenzó a cazar en grupos, manteniendo estructuras sociales complejas, inventando herramientas, y de un día para el otro se impuso entre los demás. Terminó siendo el rey de los animales, incluyendo a predadores y no depredadores, y sirviéndose de todos ellos. En pocas generaciones se convirtió en la última palabra en tecnología genética para control y balance ambiental.
Y fue su condición de depredador, alentada por su inteligencia, lo que llevó al hombre a esparcirse por el mundo.
Lo cual no pudieron hacer los homínidos vegetarianos. Estos últimos no podían migrar ya que estaban atados por su dieta a la zona en la cual vivían. Las hierbas no crecen en los desiertos, ríos o mares, y por lo tanto no podían cruzar estas extensiones. Pero los carnívoros si podían hacerlo. Les bastaba con alimentarse de los demás animales que previamente se habían adaptados a las condiciones especiales de ese lugar.
De esa manera el hombre no necesitó modificar su dieta y su fisiología con cada región que colonizaba y se propagó rápidamente. Sólo tenía que cazar o pescar lo que existía en la nueva área.
Éste conocimiento le permitió independizarse de la tierra viajar por ella a su libre albedrío. Fue así que durante sus peregrinaciones tras los movimientos migratorios de sus presas, el hombre sale de África y se dispersa por el mundo. La colonización de nuestro medio se debió pura y exclusivamente al afán venatorio de nuestros antepasados, y no a sus deseos de realizar excursiones de verano.
De esta manera comenzó la gran dispersión humana, partiendo desde el extremo sur de África para alcanzar el resto del mundo. En este lugar se originó la plantilla genética universal, la cual se mantiene intacta hasta la fecha. Este era un mundo que aún compartía con otros homínidos vegetarianos. La situación se mantuvo hasta la última gran glaciación, la cual convirtió a gran parte de las zonas fértiles en desiertos de hielo, dejando solamente un cinturón verde a lo largo de la línea Ecuatoriana. Y fue esa pérdida de extensas áreas verdes la que acabó con los homínidos vegetarianos. El hielo dejó un bolsón en el centro de África donde solo sobrevivieron los depredadores. Desde ésta región, y luego de que el mundo redujese nuevamente los casquetes de hielo, se vuelve a re colonizar el resto del mismo, pasando por el Medio Oriente para luego dirigirse hacia Europa, Asia y las Américas.
Fue entonces esa especialización de nuestra dieta la que nos llevó a evolucionar hasta lo que somos. Y para eso debimos convertirnos en cazadores, además de recolectores, que ya éramos. Así el crecimiento de nuestro cerebro nos obligó a mantenernos como depredadores, determinando nuestra función para con los demás animales y nosotros mismos. La de mantener el balance. Y a menos que deseemos perder dicha capacidad cerebral, deberemos mantenernos como tales. Por nuestro bien y por el de las otras especies. Lo cual quizá, no estemos haciendo muy bien, aunque estamos comenzando a corregir el rumbo.
Nuestra función de control sobre algunos seres vivientes se desvirtuó cuando empezamos a mezclar intereses económicos, apartándonos de nuestro mandato original.
Esto dio lugar a matanzas desmedidas de determinados grupos de animales a las cuales hubo que poner fin. Así nacieron los movimientos conservacionistas del pasado, responsables por la preservación de muchas especies.
Posteriormente estos movimientos se vieron desvirtuados por su propio celo. Pronto algunas especies escaparon de control y alcanzaron números que jamás habían igualado, como por ejemplo los ciervos en USA. Ahora el problema se había revertido y era necesario encontrar una solución, o de lo contrario nos enfrentábamos con la posibilidad del desequilibrio o la extinción de la especie protegida. En algunos casos, la cacería deportiva, regulada por el Estado ha sido la solución, incluso como generadora de fuentes de trabajo para la población y fondos para el Estado.
Sin embargo, el desbalance continúa y parece agravarse con el tiempo. En nuestro afán por abastecernos de proteínas en forma fácil, hemos favorecidos el crecimiento desmedido de unas pocas especies animales, como los vacunos, de las cuales nos alimentamos. De depredadores generalistas nos hemos ido convirtiendo en especialistas, con la consecuente alteración del medio ambiente.
El ejemplo más evidente de esto está dado por la ganadería. A fin de poder incrementar su rendimiento hemos desarrollado super animales las cuales deben de ser alimentadas artificialmente. Para esto desforestamos a un ritmo desbastador sembrando forrajes, recalentando día a día la Tierra. Este recalentamiento, al contrario de lo que pensamos, no generará un mayor crecimiento vegetal. Muy por el contrario. La alteración de las corrientes cálidas de los océanos llevará inevitablemente al desplazamiento de las mismas hacia el Ecuador Terrestre, con el avance de los casquetes polares en las regiones sur y norte, repitiendo el fenómeno de glaciación de hace 130,000 años. Y cuando esto ocurra no será un fenómeno gradual. Si así sucede terminaremos amontonados una vez más alrededor de la zona Ecuatoriana, pero esta vez, ¿sobreviviremos? ¿Y a que precio?
Nuestra depredación especializada por intermedio de la ganadería no es la única razón para el recalentamiento global. La contaminación del aire, aguas, suelos y el hacinamiento humano, para mencionar algunas de las otras causas, favorecen también este proceso.
Hasta nuestras ideas y creencias religiosas son fuente de cambios severos. Los hindúes no comen vacunos por razones religiosas. A cambio de esto casi extinguieron los ciervos axis de su territorio. Los occidentales protegemos a los ciervos pero a su vez les robamos el hábitat mediante la deforestación que llevamos a cabo para crear nuevos espacios de pastoreo para los vacunos. El proceso puede revertirse si volvemos, entre otras cosas, a ser lo que fuimos y que nos permitió evolucionar; depredadores generalistas, respetuosos del medio ambiente, y no en los intolerantes fanáticos de nuestras ideas.
Depredar es una de las actividades necesarias del ser humano que ayudan a mantener el equilibrio medio ambiental, por mal que esto suene. La palabra ha sido mal utilizada, adquiriendo una connotación negativa. Si depredamos para cumplir con el fin primitivo, que es el de alimentarnos, esto es correcto. Al fin y al cabo, esto fue la razón de nuestro desarrollo intelectual. Y no importa cual sea el grupo animal, mientras que el mismo no esté amenazado. Y cuanto menos especializada sea nuestra depredación, mejor para todos. Pero, tanto si depredamos por razones monetarias o religiosas, como sí dejamos de depredar, estamos creando las condiciones para alterar el equilibrio. Un equilibrio ya precario de por sí.
La pregunta de por que depredamos puede ser ahora contestada, ilustrando de paso al ignorante que intentó insultarnos acusándonos de depredadores. Simplemente depredamos debido a nuestra necesidad de proteínas, que hasta el momento no tiene otra solución, y por que es parte de nuestras funciones, como reguladores sobre otros animales. De la misma manera que el león mantiene el equilibrio entre
las gacelas.
No mientras las proteínas sean de origen animal.
Y el día en que logremos sustituirlas por otras sintéticas probablemente tengamos que continuar con la tarea a fin de mantener el balance entre los demás animales, ó simplemente para defendernos una vez más de ellos, como fue en nuestro comienzo.
Y por otro motivo fundamental. Por que la muerte forma parte de la vida, ya que la vida eterna es inconcebible, y la manutención indefinida de aunque sea una sola especie sería el fin de todo y de todos.
La solución al problema no es sencilla. Quizá el punto más importante radique en cambiar nuestra mentalidad, logrando por ejemplo, que los habitantes de la India coman vacas y los occidentales hagamos otro tanto con los ciervos. De no ser así probablemente terminemos con una mitad del mundo comiendo únicamente hamburguesas con papas y la otro mitad arroz con mariscos. Mientras tanto, los demás grupos de animales y vegetales desaparecerán dejándonos con un panorama culinario bastante aburrido. Tal vez deberíamos criar más ranas y ciervos y no tantas vacas.