EL .22 La Francote-Saurio y Máuser de Hugo Rouny.

Hugo es evidentemente un “tipo” particular. Callado, de perfil bajo, es un tornero de primera y amante de las armas. Una combinación ésta última, muy valiosa a mi entender, algo que envidio sanamente.

Texto y fotografías: Daniel Stilmann.

Fotografía. Detalle del schnabel realizado en ébano. Nótese que la base del l guión está invertida.

No es ésta la primera vez que escribo sobre éste personaje. Lo he hecho con anterioridad, por decisión propia, no interesada y con mucho gusto. Simplemente cada vez que veo uno de sus trabajos no termino de salir de mi asombro. Aún de aquellos no terminados por falta de tiempo, como el que veremos, y por simples que sean.

Lo primero que escribí sobre sus habilidades como armero fue un artículo sobre un Remington “Patria” construido por él y recamarado para el .45-70, el cual probé extensivamente. El artículo fue publicado oportunamente en una revista especializada y en ésta página.

El tema de hoy es una carabina del .22, una de las “herramientas” de caza que se ha fabricado, simplemente por el hecho de que sabe que puede lograr un mejor producto que el que pueda comprar, además de ello fabricado a su gusto y entera satisfacción.

Antes de proseguir debo aclarar que Hugo tiene otra cualidad que aprecio y que como verán, hace al relato. Ningún repuesto o parte de un arma es descartado por viejo o por maltrecho que esté. Todo para él es recuperable y susceptible de ser transformado en algo hermoso y práctico.

Conocí a Hugo hace años atrás, en medio de la última debacle económica del país, cuando por razones obvias me vi forzado a vender algunos cosas. Él estaba buscando un telescopio para emplear en el polígono, a mí me sobraba uno y me faltaba dinero. El cambio fue apreciado por ambos.

Los trabajos de Rouny.

De entrada nomás congeniamos, e intercambiamos teléfonos. No recuerdo quien llamó primero a quien, pero al poco tiempo me encontré llevándole pequeños trabajos de reparaciones que precisaban mis armas.

Fue en una de esas vistas a su taller que vi un Brno .22 apoyado en un estante. Lo tomé en mis manos y al fijarme en el cañón noté que el mismo no tenía inscripción alguna, como es habitual. Intrigado al respecto le pregunté por que motivo se le había cambiado el mismo. ¿Acaso lo había levado a .22 Magnum? A esto me respondió que no había habido ningún cambio. ¡Ese era el cañón original!

Fotografía. Vista lateral derecha del cajón de mecanismos y de la mira fabricada desde cero.

Para hacer la historia corta les diré que, con excepción del cañón, TODO el rifle había sido fabricado por Hugo, de manera tal que cerrojo, acción, seguro, sistemas de puntería, herrajes y culata eran de su manufactura.

Narrar las horas hombres de trabajo que eso lleva, o el grado de destreza requerido para tornear un cerrojo y una acción Máuser en miniatura no harían justicia a la labor hecha. Simplemente deben de imaginárselo Uds. Vaya como ejemplo, en el mercado hay unas acciones fabricadas en serie en Yugoslavia, algo toscas, por las cuales se piden hasta dos mil dólares.

Sí bien ese .22 agrupa muy bien, no es el arma de caza de Hugo. Su arma de campo es la que él denomina La Francote-Saurio-Mauser de Rouny, recamarado para el cartucho .22 “cualunque”, ya que con la munición que mejor funciona es con la económica de FM.

La historia.

Según me contó Hugo, un día en el galpón de un conocido vio arrumbada una vieja carabina calibre .22 marca La Francote, probablemente de comienzos de siglo pasado, en total grado de abandono.

No recuerdo sí la pagó por la misma o fue en regalo, pero le dijeron que había pertenecido a un tal Meneses, que fue un comisario conocido en los sesenta.

Fotografía. Detalles del buje que recubre el primer cuarto del caño visto desde arriba simulando un cañón de paredes octogonal. La antigua alza falta ya que fue reemplazada por la mira ortóptica.

Sea esto último cierto o no, la carabina cambió de manos y fue a parar al taller de Hugo, donde pasó a formar parte de los proyectos “para cuando tenga tiempo”

Cuando le llegó la hora la sorpresa fue que el cañón no servía ni para decorado, de herrumbrado que estaba. No quedaba más alternativa que desenroscarlo y archivarlo. La pregunta era, ¿qué poner en reemplazo?

Ahí fue donde surgió el segundo apellido del arma, Saurio, por un antiguo cañón de esa marca, ya en desuso. Esa firma alguna vez hizo muy buenas armas en éste país, y éste cañón demostró, que a pesar de sus años, se las traía. Terminó adosado a la acción de la vieja La Francote.

De modo que ahora entenderán los por que de los múltiples apellidos del arma. La culata y la acción son La Francote, mientras que el cañón fue donado por la antigua fábrica de armas Saurio de Argentina.

Los “decorados” realizados al cañón fueron una simple pulida, una anilla sobre la cual iba montada un alza, ahora retirada, y cuya verdadera función era la de tapar las inscripciones originales de Saurio, y un buje octogonal remedando ese mismo diseño que presentaban algunos cañones de principios de 1900.

Las maderas.

A chimaza, tan elegante ella, proviene de la madera de una vieja carabina Máuser 7,65, la cual fue sabiamente aprovechada.

Según Hugo, no hay motivo ni ventaja alguna que justifique reemplazar un pedazo de madera de nogal en perfecto estado, de 100 o más años de antigüedad, por uno nuevo, que quizá no hubiese estado lo suficientemente estacionado, como es probable. Pero de un viejo 1909, ¿qué dudas pueden caber de la edad de su madera?

La cuestión es que terminó haciendo de chimaza, hasta la punta, al mejor estilo austriaco, de la vieja carabina belga.

Fotografía. Vista lateral izquierda del arma. A pesar del primer pulido se notan las marcas del descuido. Un pavón planificado mejorará la cosmética aunque quizá no logre borrar todas las huellas de los años.

De manera que ésta madera es la que le dio su tercer apelativo al arma, que por estética y apellidos parece una señora de alta alcurnia. Nada menos que La Francote y Saurio-Máuser. Sólo le faltaba el DE, como de toda señora de sociedad.

Y el DE se lo dio Hugo, con su apellido. Esto fue debido no al hecho de que el que el arma le pertenezca, sino por el sistema de miras que le colocó, que fabricó ex profeso.

Supongo que debido a su edad (Hugo superó los 15 hace unos años ya) su visión le da problemas con las clásicas miras abiertas de alza y guión. La solución para esto fue, como siempre ha sido, adoptar un juego de miras ortópticas. De manera que las fabricó, aunque no en su totalidad. Fiel a su pasión por coleccionar, y posteriormente emplear, partes en desusos, el guión no es más que el de un Máuser 1891, puesto al revés, como se ve en la fotografía.

La mira ortóptica.

Sin embargo la parte relevante de la mira, la que corresponde al alza y provee de los movimientos finos de regulación, es de su total autoría.

La misma regula deriva y altura mediante dos tornillos que le dan movimientos precisos que permiten una puesta a punto simple y rápidamente.

Ahora piensen en esto. El arma es un verdadero engendro, todavía con su duro gatillo original, maderas que no le corresponden y un juego de miras híbrido. ¿Qué posibilidad creen Uds. que tenía esa arma de pegarle aunque más no sea a una vaca a diez metros? Pocas, muy pocas, pensé, y partí hacia el polígono a probarla.

Compré una caja de 50 proyectiles, puse un blanco a 50 metros y disparé. Ese primer disparo no figuró ni siquiera dentro del blanco. El segundo pegó exactamente el ángulo superior derecho, bastante lejos por cierto del centro. El tercero siguió la suerte del primero, de manera que asumiendo que el arma disparaba arriba y a la derecha, procedí a regularla.

Me tomó unos buenos 15 disparos, ya que no tengo mayor experiencia con miras ortópticas, pero finalmente tenía al arma pegando en forma regular en 4 pulgadas a 50 metros, lo cual en mi mundo es el equivalente al famoso no pegarle a una vaca a 10 metros.

Habiendo llegado el mediodía, las actividades bélicas cesaron en la línea de fuego para dar lugar a la “picada” con los otros tiradores en el bar del club. Se hicieron algunos comentarios sobre el arma pero ni siquiera yo tenía fe en que fuese a mejorar. Después de todo sí bien atractiva estéticamente, la carabina no dejaba de ser todo un injerto.

De vuelta al stand de tiro se me ocurrió dibujar con un marcador negro cuadrados de una pulgada de lado sobre el blanco a colocar. Emplearía los mismo como referencia para facilitar el proceso de puntería y ver como realmente podía agrupar el arma.

Decidí probar los últimos 20 cartuchos disparando cinco grupos de cuatro disparos cada uno, y que fuese lo que los dioses quisieran. Eso sí, antes de comenzar la serie decidí limpiar a fondo el cañón con lana de acero y una mezcla de pasta de pulir y aceite. Los cambios en la dispersión se notaron de entrada y fueron mejorando a medida que avanzaba en la prueba, limpiando ahora el cañón meticulosamente entre disparo y disparo. Y cuanto más le pasaba la baqueta, más se cerraba el grupo.Dicen que una “pega” en la misma medida en que puede ver, y de la ayuda que reciba del sistema de miras para ubicar el disparo. Créanme que no veo tan bien como pegué con ese arma, y que la hazaña se la debo a las miras de Hugo.

El último grupo disparado a 50 metros y con la munición de FM, es el de la foto, con una dispersión máxima de 8,3 milímetros. Esto para un injerto que entre la suma de la edad de sus partes supera los 200 años con tranquilidad, y un tirador mediocre no está nada mal. Eso sí, y como le dije a su dueño, la suciedad adentro de ese cañón le hacía gala a la edad del artefacto. ¡Cosas de Hugo!

por Daniel Stilmann