Muchas veces, en rueda de amigos, hablando sobre calibres para defensa personal y proyectiles aptos y deficientes en caza mayor, se suelen encontrar opiniones tan disparatadas, que uno no puede más que sonreír, evitando la carcajada o la apreciación burlona que hiera la susceptibilidad de sus interlocutores.
Y, si la ocasión o el personaje valen la pena, comienza una explicación coherente con extrema sutileza, hasta llegar a un consenso o hasta encarrilar en la lógica a aquéllos que sin malicia pero vaya uno a saber dentro de qué mito o fuente de información basan sus conceptos… y discuten fanáticamente sus convicciones.
Y, como dije, las ocasiones son frecuentes. Por eso quisiera dejarles esta serie de notas, que son el fruto de muchas, muchísimas lecturas especializadas y serias y de una experiencia de campo que, aunque modesta, no por eso es menos válida y que grafica empíricamente muchos aspectos interesantes de la balística, que en mi limitada sapiencia he dado en llamar “de entrecasa”, porque es básicamente didáctica y libre de fórmulas y teorías matemáticas – a las cuales respeto, me son simpáticas y adopto según se necesiten- pero que reconozco a veces demasiado teorizantes, y llevan al lector a un ejercicio intelectual que no todos los fierreros se encuentran en condiciones de alcanzar.
Por eso, y para llegar a una comprensión clara del tema que nos ocupa, vamos a arrancar en el momento en que Ud., ejerciendo presión sobre la cola del disparador, permite a su arma ejecutar el disparo.
La púa percute con fuerza el mixto fulminante. Éste, cuya composición química es altamente sensible a los golpes, produce una combinación intermolecular con elevadísimo desprendimiento de GASES INCANDESCENTES, que se proyectan hacia la pólvora alojada en la vaina y la encienden.
La misma se quema generando un monto enorme de gases, calor y presión en una fracción de segundo, que al ser contenido por las paredes de la vaina afirmadas en la recámara, como única vía de escape impulsa, empuja al proyectil obligándolo a avanzar a través del caño hacia el exterior. En resumen, TRANSFIERE la energía creada a la punta, convirtiéndola en un transportador de esa energía. Como al pasar, les cuento que el estudio científico de lo que sucede hasta que la bala sale del caño se denomina Balística Interna.
Tenemos entonces un trozo de metal desplazándose en el aire, a una velocidad realmente fantástica. Para que usted tenga una idea gráfica, le diré que en las armas de puño, en promedio, el desplazamiento acusa los 850 pies por segundo, lo que equivale a decir que viaja a unos 260 metros por segundo, o, para “verlo” mejor… a la friolera de 936 kilómetros por hora!!! Bueno, piense ahora en su fusil calibre .308 Winchester. Como casi todos los rifles de caza, promedia los 2500 pies x seg., o sea los 750 metros x seg. … o los 2.700 kilómetros por hora.
¿Pudo ya visualizar eso? ¿Sí? … Bien, continuemos.
Como los proyectiles no son cohetes, y por ende no tienen impulso propio, pierden el inicial empuje y quedan librados al choque con el aire, que los frena, y a la acción de la fuerza de gravedad, que los atrae hacia la tierra.
De allí, es fácil deducir que la velocidad más alta posible se encuentra en la boca del cañón, momento en que quedan afuera y comienzan a perder impulso puesto que los gases del quemado de la pólvora se esparcen libremente en el aire, produciendo el típico estampido. Eso involucra la deducción de que la punta, ni bien abandona el caño, comienza una lenta pero indeclinable pérdida de velocidad y energía.
el viejo mito (argentino y campero, supongo) de que “los tiros agarran fuerza después de unos metros”, cosa que no tengo idea dónde se originó, pero que fue uno de los que más escuché…
Prosigamos: El estudio de las variables que acontecen cuando el proyectil anda por los aires, se llama “Balística Externa” y comprende un complejo tratado –sobre todo matemático- con el cual se puede medir y prever en cálculo bastante exacto, la trayectoria estimada del disparo. Siempre tratando de ejemplificar en forma simple y entendible por todos, es bueno que sepan que:
No todos los proyectiles, aún partiendo a igual velocidad, llegan al blanco en el mismo tiempo. O dicho de otro modo: Usted viaja en auto a 100 kms por hora. Saca la mano por la ventanilla. La pone de filo, y siente una cierta resistencia del aire. Ahora la pone de plano, embolsando al viento. Automáticamente, aumenta la resistencia al avance de tal forma que es posible que el brazo se corra hacia atrás.
Eso mismo sucede con los proyectiles: una que sea de punta aguda, larga y fina, viajará mucho más fácil (trayectoria más tendida) que otra que tenga punta plana y mucha superficie de choque.
Ejemplos: puntas de .308 y de 44 Magnum. Eso lleva a la conclusión de que una conservará y otra perderá la velocidad de salida muy marcadamente, lo que en términos prácticos significa que la segunda “caerá” mucho más que la primera, haciendo difícil el tiro a larga distancia por la gran diferencia entre la línea de visión –puntería- y el lugar donde efectivamente pegará –mucho más abajo-.
Por eso, para el tiro a más de 100 metros se necesita un proyectil que tenga, además de mucha velocidad inicial, una forma o aerodinámica adecuada. Para ese tipo de cartuchos, se han diseñado puntas que además de ser agudas, tienen también la base o la cola en declive. Teórica y experimentalmente se ha demostrado que, a iguales condiciones de inicio, una punta con cola de bote pega más alto porque conserva más la velocidad que una idéntica de base plana.
No. Entonces imagine: Al aire le es mucho más fácil parar una bala liviana, que otra pesada. Por eso, a mayor peso de la punta, se conserva mucho mejor la velocidad.
Por otra parte, da mucho más trabajo (mayor presión) disparar una punta pesada que otra liviana. Como en las armas no se puede pasar de ciertos límites de presión, es por eso que en el máximo de dicho valor, a igual presión o empuje, una bala liviana (308 Winch. 150 grains) saldrá del cañón mucho más rápido que una pesada (308 Winch. 200 grains).
Y por supuesto harán impacto en distinto lugar. Esas son las razones por las cuales hay que regular el punto de impacto del rifle de caza con las mismas municiones con que efectivamente se tirará en la cacería.
Resumiendo esto de Balística Exterior y en apuntes por demás simplistas pero muy gráficos, podemos suponer que:
El aire (la atmósfera) ejerce sobre los proyectiles en viaje una muy marcada influencia, y que se manifiesta de acuerdo a: a) La forma del proyectil b) Su peso c) Su velocidad inicial
Cuanto más largo, fino y puntiagudo sea, menor es la resistencia al avance y mayor su velocidad a igual peso.
Consiguientemente, la trayectoria es más tendida y mejor conserva esa velocidad. Si tiene “cola de bote” es más aerodinámica y evita la turbulencia de la cola plana, permitiendo un movimiento más fluido y por consiguiente un punto de impacto más alto.
Los proyectiles de este tipo son indicados por lo general para rifles, y casi siempre se usan con vainas de tipo abotelladas y de gran volumen interior. Son especialmente aptas para desarrollar altas performances.
En cambio, las de punta en ojiva de corto radio (bien redondas) o planas, se utilizan para armas cortas, en las que el tiro es casi siempre a corta distancia e interesa más el factor de choque que la aerodinámica de vuelo. Son también usadas en cargadores tubulares, donde se apoyan sobre el fulminante de otro cartucho. Es el clásico ejemplo de la munición para Winchester, Marlin, etc., rifles de palanca de pobre desempeño en la caza, como no sea a disparos de no más de 50 metros.
Es también importante destacar que cada proyectil, por su relación entre largo y diámetro determina a su vez el paso de estriado que necesita para una correcta estabilización de vuelo (efecto giroscópico).
Volveremos a repetir hasta el cansancio estas premisas, que deben ser perfectamente entendidas para poder tener una idea clara del tema.
Al quemarse la pólvora (ojo, no explota, se quema!) origina una cantidad de gases extraordinariamente grande. Encerrado en la vaina, y ésta apoyada contra las paredes de la recámara del arma, la única vía de escape que tiene, lo único que allí puede moverse, es la punta o el proyectil.
Por lo tanto, éste sale, se clava en el estriado del cañón y comienza a moverse hacia delante en un tremendo sprint o aceleración que finaliza cuando abandona el mismo, momento en que los gases se vuelcan a la atmósfera. Esa presión, esa tremenda fuerza que allí se desarrolla en todos los sentidos, ejerce una energía que solamente está contenida por la resistencia del arma, cuyos aceros tenaces y elásticos se “estiran” y aguantan hasta un cierto punto.
Pasados determinados límites de tolerancia, el material puede romperse y originar la destrucción del arma y casi siempre, lesiones graves a quien la esté usando y a quien esté alrededor. Por lo tanto, esa presión tiene un máximo.
Según mis conocimientos, la mayor presión tolerable por rifles bien construidos y resistentes, nunca debiera sobrepasar las 90.000 libras por pulgada cuadrada. Ya esa cifra constituye un valor más que peligroso. Por supuesto en armas cortas, más débiles de por sí, el límite se reduce notoriamente.
Ahora bien, esa fuerza se ejerce también sobre la base del proyectil, que, al ponerse en movimiento, aumenta la cámara de combustión, y alivia los picos de presión. Pero hay un detalle: Cuánto más pesado sea, más tiempo tarda en comenzar a moverse, y permite en esas milésimas de segundo de tardanza, que la fuerza que genera la pólvora trepe a montos que, si no están perfectamente controlados, se conviertan en algo muy peligroso. Y su aceleración en el caño, es por consiguiente más lenta que si fuera una punta más liviana reaccionando al mismo empuje.
Todas las armas tienen un límite para su aguante ante la presión que genera la combustión de la pólvora. Y esa presión límite, hará volar mucho más rápido a una punta liviana que a una pesada... ¿Entendieron?
Sí, ya sé. El tema es muy complejo, y su matemática y formuleo son muy complicados. Pero dejemos ese estudio a los fabricantes de pólvoras y de armas, que al parecer, ellos saben lo que hacen. Usted siga estrictamente las instrucciones de los manuales de recarga, o compre munición comercial, y despreocúpese.
Pero sepa que para un mismo calibre, las puntas livianas son por eso más veloces que las pesadas. Ahora bien, la punta pesada, al ser mayor su masa, pierde menos velocidad que la liviana. Por eso es que, a una distancia dada, pueden tener las dos, con distinto peso, la misma velocidad. Bueno, no se haga lío, que eso ya es hilar muy fino.
VELOCIDAD INICIAL
Obviamente, cuanto más rápido salga una punta del cañón, más tiempo-espacio va a conservar la energía que la anima. Pero también las variables son muchas, ya que la penetración en el aire es inversamente proporcional a la velocidad. Es decir, cuánto más rápida, mayor resistencia al avance.
De esta velocidad inicial dependerá la energía que anima a la bala, y su forma y peso determinarán la trayectoria y el efecto transmisor de esa energía.
Y ahora, finalizando esta revisión a vuelo de pájaro, y como generalidades necesarias para la comprensión de conceptos a tratar, diremos que hemos llegado al punto crucial, al verdadero motivo y génesis de las armas de fuego: Su efecto en el blanco o lo que en lenguaje científico se llama Balística de Efectos o Terminal.
Como ustedes recordarán, al principio del artículo hice mención de que un disparo es simplemente una transferencia de energía.
Es bueno que ustedes imaginen que un proyectil en viaje, es un caballo al galope, que está montado por un jinete llamado Energía. Y que al llegar a su destino, ese señor se bajará de su montura y se quedará en el blanco, haciendo lo que fue a hacer: un trabajo.
El hecho de lo que sea capaz de hacer allí, va a depender del tirador que fue el que lo envió. Si la dirección que le dio es correcta, y si el trabajo que le pide está dentro de sus posibilidades, no dude de que el resultado será el esperado.
Pero si el señor Energía tiene un domicilio equivocado, o está demasiado débil como para entregar el mensaje, o eventualmente iba con tanto entusiasmo que se pasó de largo, invariablemente el resultado será nulo, o en todo caso muy pobre sin provecho para nadie.
Ahora sí, ha llegado el momento de analizar, concienzudamente, las instrucciones y las medidas de este Señor Energía. Y para eso, tan válido en los animales como en el hombre, es necesario enterarnos como es nuestro cuerpo y como funciona.
En los animales superiores –mamíferos- existe una red intrincadísima de conductores, ramales por decirlo así, de un tronco principal que es la médula espinal, y que, recogiendo toda la información del cuerpo, la lleva al cerebro, al margen de algunas estaciones autónomas (los ganglios espinales).
Y es allí, en esa central, el cerebro, donde se elabora la dirección general de todo el funcionamiento del organismo. Es el sistema de mandos, el principal responsable de la conducta, tanto humana como animal. Capaz de ordenar, mediante un complejísimo sistema químico-enzimático, una reacción instantánea de ataque o huida. En otras palabras, es el Director de Orquesta, el Responsable total.
Si el señor Energía altera, rompe o lesiona parcial o totalmente este sistema nervioso, en forma directa, desata una serie de reacciones orgánicas que desembocan en muerte inevitable e inmediata si es del cuello para arriba, o en parálisis y muerte a corto plazo si es hasta la cintura, y en imposibilidad de traslación si es de cintura para abajo.
Las heridas que lesionen el sistema nervioso en sus ramales principales o directamente el cerebro, son las más efectivas para causar la muerte o la imposibilidad de desplazamientos y movimientos en forma instantánea. Lugares indicados: Cerebro (cabeza) y anexos (Bulbo raquídeo). Hacia abajo o atrás: Columna vertebral en todo su recorrido.
Para que todo organismo actúe como una unidad funcional, necesita respirar (oxigenarse). Esa función la cumplen los pulmones, que son los encargados de extraerlo del aire que se inhala, y luego de un proceso complejo combinarlo con la sangre y a su vez eliminar de ésta los elementos no usables, como el anhídrido carbónico.
Si esta función se altera en forma total, la muerte es cuestión de minutos (alrededor de diez). Si se altera en forma parcial, la disfunción dependerá de la cantidad de tejido dañado y de la hemorragia interna que produzca. Su alteración funcional determinará el tiempo de inmovilización, que puede ser inmediato (dos o tres minutos) o, en casos leves, su recuperación posterior.
Para que este oxígeno que se toma vía pulmones cumpla su función al ser trasladado y aprovechado por todo el organismo en su conjunto, existe el sistema circulatorio, que es también una intrincada red de tubos (arterias y venas) por donde circula la sangre, cediendo el oxígeno que cargó y tomando los desechos para llevarlos de nuevo a los pulmones y así eliminarlos.
El órgano encargado de bombear esa sangre es el corazón. El organismo dijimos que no puede vivir sin oxigeno más que unos pocos minutos, pasados los cuales muere. Si no hay circulación no llega sangre al sistema nervioso y se produce una asfixia en forma casi inmediata, con muerte cerebral. Cualquier alteración importante que cause abundante hemorragia –herida en grandes vasos sanguíneos- o directamente en el corazón causa la muerte rápidamente. Se puede reaccionar o huir antes de morir, al igual que con la herida pulmonar, pero la inmovilización es cuestión de pocos minutos.
Un organismo, sea humano o animal, necesita un mínimo de equilibrio para desplazarse. En realidad los movimientos que hacemos durante todo el tiempo que vivimos, son el fruto de una complejísima interacción entre el sistema nervioso y el sistema de sostén o esqueleto, a través de los músculos que empujan, tiran y direccionan. El esqueleto sostiene y mantiene rígido y estructurado a todo el cuerpo, además de cubrir enteramente con su dureza las partes más nobles (cabeza). Cualquier interrupción en su funcionalidad –quiebre o rotura de huesos largos especialmente- implica caída inmediata, aunque no se produzca la muerte.
Terminando este primer contacto con ustedes, quiero destacarles que estos son, a grandes rasgos, los lugares convenientes para que el Señor Energía visite. Con la suficiente capacidad como para causar una alteración prevista y esperada. Hasta la próxima. Si quieren... ¿o no?
Como complemento del excelente artículo de Cacho Cuchi se aconseja la lectura del artículo publicado en ésta misma página denominado Anatomía del primer disparo.
Daniel Stilmann.