EL JABALÍ DE VÍCTOR MUÑOZ

Como si se hubiesen puesto de acuerdo, un fin de semana largo de Marzo coincidió con la luna llena e hicieron que me ponga de acuerdo con Roberto, dueño de un campo 100 kilómetros al sur de Gral. Acha, para aparecerme por allá con mi sobrino y compinche de salidas Darío.

Seria nuestra primera experiencia en un apostadero a la luz de la luna y a la espera del mítico y deseado jabalí. Hacía varios meses que yo ya había estrenado mi fusil en la pedana de 150 metros. del T.F. de Lomas de Zamora agujereando cartón y achicando mas y mas la agrupación hasta el extremo.

Pero era realmente ahora que sentía estar frente al verdadero estreno.

Se trata de un fusil de los que llaman “deportivizados” o “personalizados”. Armado con una acción Máuser M48, Recamarado para cal. 30.06, cañón Moggia de 24”, Culata de Madera, Disparador regulable (regulado a “medio pelo”), Seguro de cuarto de vuelta y con una Mira Bushnell Trophy.

Preparamos todo para ir a sendos apostaderos y apoyamos el traste a las 19.00 horas.

Mi apostadero, clavado sobre un caldén, se conformaba por unos tablones de madera de la zona dispuestos en forma de plataforma de aproximadamente 1,40 x 1,40 metros. Al frente, tres de esos mismos tablones a modo de tabique ocultarían mi figura a la vista de los chanchos,

Increíble fue la experiencia de estar rodeado de la naturaleza en todo su esplendor. Los ruidos, las imágenes y hasta los olores de la noche inundaron mis sentidos a tal punto de darme cuenta que en mi pobre vida citadina difícilmente use durante el día un 50 % de ellos. Después de varias horas de acecho y siendo aprox. las 02.30 horas, una manada de 20/25 jabalíes se cruzan por delante de mi apostadero.

El silencio y la quietud en este momento de la madrugada pampeana eran tal, que el más mínimo movimiento por parte mía, seria motivo para dar por perdida la oportunidad.

Con los músculos casi entumecidos por el frío y las largas horas de espera logré de a poco acomodarme para poner el Máuser en posición.

En esos pocos segundos que dura la selección de la pieza, un macho joven se queda paralizado y clava la mirada para el lado donde yo me encontraba y como pensando......"hay algo que no es de acá"... Quizás una venteada, quizás un crujido de tablones,…no sé…..

Ante la huida inminente de la manada, decido apurar la decisión por creer haber quedado en evidencia, elijo uno de los que me pareció más grande y que me regalaba el flanco derecho.....

Centré la cruz de la Bushnell en la paleta y a partir de allí el 30.06 explotó destruyendo por un par de segundos el silencio del monte.

La punta de la Hornady BTSP de 165 grs. voló buscando el blanco seleccionado. ¿El resultado? No lo pude saber inmediatamente. Los chanchos comenzaron a correr desenfrenadamente. Evidentemente no sabían de donde venia la amenaza porque no se decidían que dirección elegir para escapar.

Recién cuando el último de los chanchos desapareció de escena pude darme cuenta que “mi elegido” se encontraba herido de muerte unos 10 metros por detrás de mi posición. Los bufidos, la respiración fuerte y los ruidos a quebrar de ramas evidenciaban que pronto estaría logrando la culminación de un sueño.

Menos mal que el apostadero se encontraba elevado porque los bichos parecían autitos chocadores, corriendo desenfrenadamente en cualquier sentido y atropellando lo que se les ponía adelante.

A pesar del cañonazo recibido, la bestia logró perderse monte cerrado adentro. Con las primeras luces decidí sacar bala de recámara, apoyar el fusil en el piso y echar mano al Taurus 357 Mágnum cargado con balas PMC de 158 Gr. JSP-

Decidí primero ir al lugar del impacto de la Hornady para buscar el rastro en su origen. A medida que pasaban los minutos y el rastro no aparecía el nerviosismo empezó a invadirme. Decidí meterme solo en el monte a buscarlo pero nunca imaginé con lo que me iba a encontrar. El monte bajo pampeano es casi impenetrable para nuestra anatomía. Ramas secas y púas del tamaño de clavos de albañilería se cruzan en el camino.

Los únicos lugares por los que se podía avanzar era por una especia de túneles entre toda esa maleza. Evidentemente eran las autopistas de los chanchos. Al rato aparece Darío para darme una mano con la búsqueda del chancho, se va al lugar donde le disparé y desde allá me pega el grito: “ Che tío…vos sos boludo? ¿Como que no hay rastro? ¡Mirá lo que hay acá! ”

El nerviosismo no me había permitido ver que el disparo había sido más que certero dejando un rastro que hasta un inexperto como yo debería haber podido seguir. En fin, encaramos monte adentro y a unos 15 metros, después de tener que caminar casi en cuatro patas, pudimos llegar hasta el jabalí.“Uno de cada pata y a hacer fuerza para sacarlo para afuera “.

Resultó ser una chancha que calculamos entre 80 y 85 Kg. La punta ingresó un poco por detrás de la paleta derecha y salió por detrás de la paleta izquierda. La trayectoria del disparo fue perfectamente perpendicular al flanco del bicho. Nos llamó la atención que el orificio de salida era muy limpio y apenas un poco más grande que el de entrada.

Al cuerearlo, nos dimos cuenta que la punta no había tocado ninguna parte dura y había cruzado ambos costillares sin tocar hueso alguno, pero que a su paso había hecho estragos moliendo prácticamente lo que encontró a su paso. Bueno, quizás me extendí demasiado en el relato, pero narrar la experiencia de alguna manera es como revivirla con la alegría y emoción que ello implica.

por Daniel Stilmann