Los apostaderos móviles.

Texto y fotografías: Daniel Stilmann.

La caza de acecho ha sido tradicionalmente una cacería nocturna, incómoda, para una elite formada por los muy escasos amantes de las largas noches en vela (para el jabalí) o de los madrugones (para los cérvidos), y en ambos casos casi siempre bajo temperaturas poco acogedoras, esperando por un convidado que no siempre es puntual o tiene la deferencia de presentarse a la cita. No es de extrañar entonces que no tenga gran cantidad de adeptos.

Sin embargo no tiene por que ser así. Por comenzar, la caza de acecho puede ser muy cómoda, y bien planeada y ejecutada mucho más efectiva que cualquier otra técnica. Solamente hay que saber “como, cuando y donde”, además de ingeniárselas para que la espera no sea ni tan incómoda ni tan larga.

Particularmente en lo que ha comodidad para el cazador se refiere, los nuevos apostaderos móviles, o transportables, han cambiado las cosas para bien.

Sí bien es cierto que nos han facilitado enormemente éste tipo de cacería, no por poseer uno de ellos el éxito está garantizado. Sin una buena técnica son inservibles, y aunque el aguardo es una técnica sencilla, como mencionamos antes hay que saber donde armar el apostadero, como entrar y salir a la zona donde se encuentra emplazado y cuando cebar.

Tradicionalmente la caza de acecho consistía en montar la espera alrededor de un punto de atracción natural para las presas, como una aguada, un revolcadero o un cultivo, y en buscar un lugar donde apostarse que nos ofreciese reparo de las inclemencias del tiempo y contra el olfato y la visión de la presa.

Éste esquema tan simple, y ejecutado tal cual se describió, presentaba serias limitaciones. Para comenzar el hecho de depender de la presencia de agua, que puede o no estar presente en el área en determinadas épocas del año, complicaba las cosas, al igual que lo hace tener que esperar a que los cultivos estén maduros para que ejerzan su atractivo, todo lo cual limita mucho el tiempo de cacería.

Además la caza del jabalí depende de la luz de la luna, con lo que ésta modalidad se ve reducida a menos de quince días al mes de los pocos meses que dure la temporada. Algo similar ocurre con la caza de cérvidos, los cuales tienen una temporada aún más corta, aunque como la caza es diurna se pueden aprovechar todos los días de la misma.

De manera tal que entre las variaciones climáticas que determinan la presencia de agua, la maduración de las cosechas y la dependencia que dictamina la luna con sus ciclos, las oportunidades reales para realizar una salida exitosa en la forma clásica se veían seriamente cercenadas.

Además de todo esto, otro de los factores que actuaban en detrimento de la caza de espera ha sido el inconveniente que representa le tener que armar más de una estructura fija para tener la posibilidad de cambiar de locación en caso de que el viento no nos sea favorable, y además para poder ir rotando de posición, de manera tal de no terminar induciendo a los animales a evitar el área por las catastróficas consecuencias que la misma ejerce sobre los integrantes de su grupo familiar.

En la actualidad, y salvo las limitaciones impuestas por la cantidad de luz presente, y la duración de las temporadas, todo lo demás problemas pueden ser resueltos, ya que entre los nuevos apostaderos móviles de escaso peso, y el uso del maíz como cebo universal, el cazador puede armar una espera donde y cuando se le antoje y rotar su posición a gusto, siempre y cuando le conste la presencia de animales en el área y dedique algo de tiempo al armado de la trampa.

Y esto último, la libertad de escoger el lugar y el momento, es una ventaja en lugares donde debido al fuerte incremento en los números de ciertas especies cinegéticas, y la necesidad de control que ello impone, las temporadas se alargan cada vez más. En ciertas partes de Europa esto es lo que está ocurriendo con el jabalí, mientras que en amplias regiones de América el fenómeno abarca también a los cérvidos y antílopes (venado, gamo, axis y antílope de la India), donde estas especies son frecuentemente consideradas como plagas indeseables por ser animales exóticos que compiten con la fauna autóctona y que por ende deben de ser eliminados.

Los apostaderos a los cuales me refiero pertenecen a la nueva generación, los llamados autoportantes, de muy bajo peso y de armado instantáneo. Los anteriores, básicamente los colgantes o también denominados aéreos, por que solamente se pueden emplear sujetados en lo alto de un árbol, siempre fueron caros, pesados, ruidosos, muy incómodos, no ofreciendo reparo visual o abrigo alguno, y además de todo esto peligrosos debido a los posibles accidentes a los cuales está expuesto el cazador (caídas)

Un apostadero móvil es básicamente una carpa de material sintético, que además de protegernos del tiempo nos oculta de las miradas indiscretas, y que de paso limita las posibilidades de ser detectados por el olfato ya que al protegernos del viento y ser un cubículo cerrado mantiene nuestro olor “envasado” de una forma muy efectiva.

Es más, muchos de ellos vienen ya de fábrica construidos con una tela que presenta la capacidad para absorber y neutralizar el característico olor humano.

Dentro de estos refugios autoportantes el cazador puede tranquilamente ubicar una silla plegable cómoda, tipo “sillón de director”, además de un morral con bocadillos, termo para bebidas calientes y abrigo adicional, el cual podrá añadir o quitar a voluntad ya que sus movimientos se mantienen ocultos.

De todos modos, si estas estructuras presentan o no ésta característica de bloqueo odorífero, tanto nuestro aroma como el de la ropa puede ser fácilmente neutralizado, ya sea mediante el empleo de bicarbonato en polvo u otras técnicas de camuflaje de los olores.

Una de las más empleadas consiste en lavar toda la ropa que emplearemos durante al espera, incluyendo ropa interior, calcetines, guantes y gorros de abrigo, con jabón de lavar ropa en panes, sin perfumes, blanqueadores y/o resaltadores de colores.

Una vez limpia la ropa se la deja secar al sol, y luego se la coloca dentro de bolsas herméticas, previamente espolvoreadas con bicarbonato en polvo, manteniendo el conjunto cerrado hasta la noche anterior a su uso.

El día que se piensa montar la espera, temprano por la mañana se retiran las ropas, se les sacude el bicarbonato, y cortando un poco de hiervas frescas del lugar (preferentemente aquellas aromáticas, como las hojas de pino), se vuelve a guardar la ropa y las hierbas en bolsas herméticas, las cuales pueden ser colocadas al sol para aumentar la liberación de aceites grasos aromáticos por parte del material vegetal. Un par de horas antes de dirigirse al lugar de la espera el cazador procede a vestirse con ellas.

En un mundo donde las oportunidades de practicar la caza se van incrementando paulatinamente, la movilidad y las oportunidades que nos ofrecen los apostaderos móviles son algo que no debe tomarse ligeramente. Particularmente ha de tenerse en cuenta su escaso peso, facilidad para el transporte, y por que no, su bajo costo.

Estos artificios permiten a aquellos que nunca han practicado la caza de acecho aventurarse en la misma, de manera que si se estaba quejando de las pocas oportunidades que ha tenido últimamente, ésta es la forma de comenzar a ampliar su horizonte cinegético.

Piénselo.
por Daniel Stilmann