¿A quien no le gustaría ser un excelente cazador de rececho, uno esos sujetos independientes que tienen la fuerza para aventurarse solos en pos de sus ilusiones, sin depender de nada ni de nadie? Creo que todos soñamos con ello pero, ¿alguna vez se preguntó por que no nos atrevemos?
Junto con al recelo a vernos afectados por condiciones climáticas extremas, el miedo a desorientarnos y no poder encontrar el rumbo de salida forma la dupla de temores que más limitan al cazador solitario en sus aventuras negéticas. Como animales salvajes y peligrosos para el hombre van quedando pocos, y bastante distanciados entre sí, y todos estamos ya lo suficientemente creciditos como para continuar creyendo en el cuento del lobo feroz, para aquel que logre sobreponerse a esos temores ancestrales se abre una nueva forma de disfrutar la caza, donde las fronteras están dadas solamente por nuestro arrojo y condiciones físicas.
Sí UD dispone de un sistema de posicionamiento global, (GPS), y sabe como emplearlo, puede que sienta que estas líneas no son para UD, hasta que, en medio del descampado, y sin ni un mísero árbol para tomar como referencia, agote las baterías del maldito ingenio o el mismo deje de funcionar por razones misteriosas, lo cual suele suceder con más frecuencia de la deseada. Bien, ahora que entró en sus cálculos de posibilidades estas dos nuevas alternativas, talvez no sea una mala idea perder unos minutos y continuar leyendo.
Una pesa poco, para su funcionamiento no depende de baterías ni de satélites (los cuales pueden o no estar disponibles en esa parte del mundo en la que UD se encuentra), cuesta cien veces menos que uno de esos chirimbolos, y lo mejor de todo es que la puede emplear cualquiera.
Éste ingenio permite al cazador solitario adentrarse en lo desconocido y retornar al punto de partida por la misma senda. Nada más ni nada menos, pero eso es todo lo que por lo general se necesita. Lamentablemente éste artilugio no es capaz de brindarnos una posición exacta con la velocidad y la facilidad con que lo hace un GPS, la cual es una función que en ocasiones muy puntuales resulta de ayuda.
Por lo tanto, sí lo que desea es poder entrar, cazar y salir sin problemas de un lugar desconocido, la brújula es su solución. Sí por el contrario, lo que requiere de ella es que lo guíe (sin ayuda de otros elementos y de un mayor entrenamiento) hasta un punto determinado, lo cual un GPS hace con facilidad, la brújula no le servirá. Pero, salvo que desee cazar en un lugar absolutamente inexplorado y a solas, y de que alguien le haya indicado que su presa se presenta todos los días a la caída del sol, y con puntualidad británica en la intersección de tal con cual coordenada, lo cual es altamente improbable, UD no necesita de un GPS para ser feliz. Menos aún para poder cazar.
Sin entrar en muchos detalles diremos que en general funciona de la siguiente manera. Desde el punto de partida de nuestro recorrido se toma un punto de referencia a alcanzar, se marca el rumbo (se mide en grados con la brújula en que dirección se encuentra con respecto a nosotros) y siguiendo las indicaciones de la brújula se continua por esa línea hasta alcanzar el objetivo. Para retornar se suman 180 grados al rumbo inicial, de manera tal que estaremos saliendo por el mismo lugar que por donde entramos.
Por ejemplo, sí nuestro rumbo de entrada es 40 grados (Este- Noreste), nuestro rumbo de salida será de de 220 grados (40 + 180 = 220, Sur-Suroeste) Obviamente esto es la parte sencilla. El problema consiste en seguir en línea recta ese rumbo.
Sí bien la teoría es sencilla, se requiere algo de práctica antes de poder navegar en forma exacta. Esa práctica se adquiere “jugando” en espacios abiertos (un parque de ciudad bastará) con la brújula, por ejemplo siguiendo ciertos ejercicios de muy fácil realización que se presentan en los folletos de instrucciones sobre su empleo.
Aquellos espacios limpios, con o sin un punto de referencia, y los espacios cerrados, como los bosques, donde la visibilidad es muy limitada. Ambas topografías requieren de técnicas diferentes.
En los espacios abiertos que presenten un punto de referencia a lo largo de nuestro recorrido, se marca primero el rumbo en grados hasta el mismo. En éste caso el rumbo lo tomamos, no para guiarnos hasta el mismo, ya que se encuentra al alcance de nuestra visión y bastará caminar en esa dirección, si no para saber por donde retornar, ya que en ocasiones el punto de partida puede quedar fuera de nuestro alcance visual y la única forma de retornar al mismo es sumando los famosos 180 grados al camino de entrada.
En caso de estar cazando en lugares donde no tenemos como referencia ni siquiera el mísero árbol al cual me referí al comienzo, uno debe fijarse pequeñas metas a no más de 50 o 100 metros, como por ejemplo una roca o una mata, y así progresar paulatinamente.
El segundo escenario que puede presentársele al cazador solitario es la de encontrarse en un bosque tupido en el cual desea probar suerte. El problema es que dada la escasa visibilidad no se puede tomar una referencia distante para marcar el rumbo. Bien, al igual que en los grandes espacios abiertos, sí no se puede tomar una referencia lejana deberemos conformarnos con una cercana.
En éste caso se toma como objetivo a alcanzar un árbol fácilmente reconocible que se encuentre ubicado sobre el rumbo que deseamos mantener, por ejemplo 150 grados, y guardando la brújula se comienza a cazar, siempre dirigiéndonos hacia nuestro objetivo. Una vez alcanzado el mismo volvemos a tomar otro punto de referencia (siempre sobre la línea de los 150 grados) y repetimos la operación, así hasta que llega la hora de retornar. En ese momento sumamos 180 grados al rumbo de entrada para obtener lo que se denomina rumbo de salida o rumbo inverso, e iniciamos el regreso, tomando una vez más referencias cada tanto.
La caza de rececho en bosques es un arte, que requiere de las dos manos libres (se emplean para sostener binoculares pequeños) y de una concentración absoluta, ya que antes de dar el próximo paso es necesario escudriñar cada recodo del terreno, analizar la dirección del viento, evitar hacer ruidos innecesarios, prestar atención a sonidos que puedan delatar a un animal, y hasta tomar conciencia de las sombras para valernos de ellas y camuflar nuestros movimientos. La concentración es tal que resulta imposible mantener el sentido de la orientación, al menos para los principiantes. Por todo ello resulta imprescindible tener la mente libre de otros pensamientos, como por ejemplo del temor a extraviarnos en la maraña.
Eso es todo. Pero no se confunda. Navegar con ayuda de una brújula y sin tener problemas requiere de práctica, pero una vez adquirido el hábito es un juego, y la habilidad para disfrutarlo puede ser ganada en poco tiempo. Además hay otros detalles a tener en cuenta.
Es preciso saber que existen tres modelos de brújulas, los tipos A, B y C, y que aunque parecen ser todas iguales entre sí difieren en la forma en que se emplean. Los modelos más fáciles de emplear, sobre todo para tomar lecturas exactas de rumbos, y calcular el inverso, son las pínulas.
Una vez que se decida por un modelo, solicite a alguien que le explique el funcionamiento básico y luego comience a practicar con el mismo, hasta que se sienta seguro sumando y restando grados o siguiendo rumbos sin perderse ni cometer errores. Recién en ese momento podrá dedicarse a cazar sin preocupaciones. No antes.
Al momento de escoger entre confiar en su brújula o en su intuición, siempre confíe en la primera. Los aparatos mecánicos NO cometen errores; el cerebro si, especialmente cuando trabaja bajo presión.
Algo que le resultará extremadamente útil es formarse mentalmente una visión panorámica del lugar antes de entrar al mismo, lo cual se obtiene leyendo mapas y/o fotografías satelitales. Tome nota de accidentes topográficos, caminos, líneas de alta tensión, arroyos o cualquier otra cosa que pueda servirle de referencia. Esto ayuda mucho a orientarse y será una información particularmente útil en el momento que lo asalten las dudas. Por el mismo motivo lleve siempre consigo un mapa o croquis del lugar.
Además estos documentos le permiten “ver” la zona de tal forma que uno puede anticipar los obstáculos antes de enfrentarlos, cuando ya es tarde y estamos obligados a dar rodeos. Con la ayuda de estos planos y fotografías no nos hará falta alcanzar la cima de un monte para saber que detrás del mismo existe un río que, para poder vadear tendremos que alterar el curso que llevamos o nos será imposible continuar. Un mapa o una fotografía nos indicarán con exactitud cual es el mejor lugar para sortearlo, o dónde existe un puente, y de acorde a ello fijar, desde el comienzo, el rumbo correcto.
El lector podría plantearme que ahora, además de tener que aprender a emplear una brújula debe también ser capaz de leer un mapa. Bueno, por empezar lograr descifrar un mapa es muy simple, solo requiere de voluntad, y recuerde que aún con un GPS no podrá evadirse de se ayuda.
Pero no tome esto como un castigo. Dedique uno de esos tediosos fines de semana de la veda, en los cuales se los pasa frente al televisor mirando programas de outdoors y soñando, a aprender a navegar por compás y leer mapas. Estas dos habilidades, junto con las necesarias para armar un refugio precario son las llaves de su independencia cinegética.